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19/6/20

En un yaguacil...


Cada vez que veo esta foto, me imagino bajando por esa loma del medio en un yaguacil. Constanza. La Vega. Cordillera Central.

17/5/12

¿En qué provincia está el pico Duarte?

Dos provincias se disputan la mayor elevación de las Antillas pero, ¿en cuál está?

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Yaniris López 
yaniris.lopez@listindiario.com
Santo Domingo
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Con el pico Duarte ocurre igual que con el valle del Tetero: muchos creen que pertenece a la provincia La Vega porque la ruta más usada para subirlo es la que parte desde el pueblito de Manabao, en el municipio vegano de Jarabacoa.
Pero son muchos, también, los que saben que no, que el pico se encuentra en algún punto de la cordillera Central, entre Santiago y San Juan. Y es cierto, pero ¿en cuál de las dos? ¿A qué provincia pertenece la mayor elevación de las Antillas?
A localizar el punto exacto del pico Duarte nos ayuda Leopoldo Taveras, geógrafo, agrimensor, catedrático universitario y asesor del Instituto Cartográfico Militar (ICM).
Según sus cálculos, el pico Duarte está ubicado en las siguientes coordenadas: Latitud 19º 01’ 23.82 Norte y Longitud 70º 59’ 54.83 Oeste. Estas coordenadas, a su vez, se encuentran al noreste de la provincia San Juan, en el Parque Nacional J. Armando Bermúdez (ojo: Google Maps lo ubica dentro del José del Carmen Ramírez)*, a unos 150 metros (horizontalmente) de la línea divisoria con Santiago. Geopolíticamente, pues, el pico Duarte pertenece a la provincia San Juan.
Claro que, como dice Taveras, “como dominicanos lo importante no es que el pico pertenezca a una u a otra provincia, sino que se trata de la mayor altura del Caribe y que la tenemos aquí, en República Dominicana”.
Tomando estos datos como referencia, en la provincia de San Juan se encuentran los dos picos más altos de la isla, el Duarte y La Pelona, separados por apenas 1.5 kilómetros. Y cerquita de los dos, también en San Juan, está el impresionante valle del Tetero.

En busca de la altura exacta

El pico Duarte mide, de acuerdo con la información del cartel colocado en su cima, 3,087 metros. Algunos textos oficiales, sin embargo, señalan que su altura es de 3,175 metros sobre el nivel del mar. Leopoldo Taveras dice que el Instituto Cartográfico Militar (ICM) inició un programa para recalcular las distancias del país y que este incluye precisar todas sus alturas. Los resultados de este programa servirán para aclarar cálculos que, como la altura del pico Duarte (o cuánto mide la frontera dominico-haitiana, por ejemplo), son motivo de discusión.
Los cálculos hechos en épocas pasadas han sido muy precisos, explica Taveras, pero el ICM cuenta hoy día con equipos que usando como base la triangulación y la fotogrametría aéreas “nos ayudan a determinar la precisión de cualquier punto con mayor exactitud que antes”.

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* (Editado en marzo, 2018): Como no está claro en cuál de los dos parques nacionales está ubicado, trataremos de buscar los límites originales de ambos para despejar la duda.
Historia original publicada el jueves 17 de mayo de 2012 en Vida Verde, Listín Diario. 


8/3/11

Amor de mujer

La chica que cambió a Bávaro por Guayuyal
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Milady tenía un trabajo estable –de humilde gerencia de servicios y todo- en Bávaro. Le iba muy bien. Le tocó el “honor” de atender a los reyes de España y a los presidentes que participaron en aquella XII Cumbre Iberoamericana del 2002. Tiene tres niños que nacieron en Higüey, donde vivía. Se separó de su esposo. Siguió trabajando. Echando pa’ lante.
Todos valoraban mucho su trabajo en el polo turístico y ella lo disfrutaba, le gustaba. Ganaba bien. Le iba bien.
Hasta que se enamoró...
Y por culpa de ese amor difícil de explicar y entender incluso para la ciencia, Milady se mudó con su nuevo esposo, hace un año, a Guayuyal, un apartadísimo paraje del distrito municipal Yaque (municipio Bohechío), a unos 35 difíciles kilómetros de San Juan de la Maguana.
Allí trabaja él en el proyecto de la presa de Palomino y ella se ha integrado a las labores de la tierra. Viven en esta casita, casi besando la cordillera Central. Una de las abuelas se quedó con uno de sus hijos y ella se quedó con dos.
Cuando apenas se conoce la primera parte de la historia (la de su vida en Bávaro) y se le pregunta por qué cambió el principal polo turístico del país, tan chic y caro, por un lugar al que apenas llegan dos o tres vehículos al mes y en el que pastan los ovejos, ella responde: ¡Por amor! 
Y entonces cuenta la segunda parte de la historia, una que, quizá porque se trata de un acto muy grande de nobleza y valentía, yo dudaría mucho en protagonizar. Aunque...






El Yaque del Sur corre a un costado de la comunidad.

24/2/09

Presagios (Monumento al ego 15)

Siempre que me toca viajar a Constanza y sus alrededores creo que me ha llegado la hora de morir, y que el viaje no es más que una excusa del Señor (¿?) para que me despida del mundo de la manera más honrosa que le pueda tocar a un montero dominicano.
Horas antes del viaje, mi mente comienza a imaginarse futuros desenlaces trágicos a lo largo de la carretera que conduce al corazón de la cordillera Central.
El corazón se paraliza por segundos cada vez que una curva se prolonga unos metros más, cada vez que la niebla enturbia el panorama o cada vez que el vehículo se tambalea un poco. Durante la milésima de segundos que dura el pequeño infarto creo escuchar una voz de consuelo que me dice: “No te puedes quejar, moriste observando un paisaje digno de los dioses”. Entonces me digo: “Eso quiere decir que te toca el infierno, Yalo, y que por tus buenas intenciones te han permitido disfrutar un poco del cielo”.
Si llegamos a salvo al poblado ubicado a 1,150 metros sobre el nivel del mar intento disfrutar al máximo cada segundo: la hora del desenlace podría ocurrir durante el regreso. Dan deseos de llorar de sólo observar los paisajes de Constanza y pensar que nunca más los volveremos a ver.
De vuelta, la angustia aumenta porque la mente, cruel y envidiosa, acelera el proceso de formación de presagios y la imagen del accidente, los “derriques” y la niebla se hacen más intensos. Y surgen otra vez los pequeños infartos. Cuando asoman las primeras casitas de la comunidad de Blanco, en Bonao, y más adelante el vehículo pisa la talvia de la autopista Duarte, una risa burlona y un alivio cerebral compiten por decir: “No es ahora, Yalo. A lo mejor la próxima vez…”

9/1/08

Pico Duarte, una odisea que cambia vidas

Dos días son suficientes para coronar la cima más alta de las Antillas y vivir, en ese tiempo, la mayor experiencia ecoturística que ofrece el territorio dominicano.

Yaniris López
LD/1/09/2008


El viaje comienza casi siempre un viernes en la noche con la llegada a Manabao, en la provincia de La Vega. Durante el trayecto, la oscuridad esconde enormes campos de tayota que se confunden con la maleza verde y estrechas hileras de espuma blanca que harán la delicia al regreso. Para pasar la noche hay dos opciones: la caseta de la Secretaría de Medio Ambiente o alquilar alguna vivienda en la comunidad.
Ya sea que el viaje lo organice una agencia de viajes o un grupo de amigos, algunas cosas ya discutidas antes del viaje tienen que ponerse en orden esa misma noche: los mulos llevarán el equipaje hasta la última parada, sería bueno usar pantalones de lycra debajo de los jeans y nadie debe olvidar colocar en la mochila una capa impermeable, por si llueve. Hay uno o varios mulos de emergencia. Aunque muchas personas terminan por subir el pico sobre ellos, es mejor hacerlo a pie. Ese es el viaje que realizaremos. Al día siguiente comienza la aventura.

TODO LISTO
Bien temprano, alrededor de las 6:00 de la mañana del sábado, todos deben estar listos para partir. El desayuno tiene que ser pesado, porque durante el trayecto sólo se podrá tomar agua y comer pequeñas porciones de chocolates y picaderas. Tiene lógica, mientras más ligeros viajemos, menos nos cansaremos y podremos avanzar más deprisa. Pero esta norma no siempre se cumple. Así que si ves un palo rodando por ahí antes de salir del pueblo, tómalo, te será de mucha utilidad cuando comprendas que el ejercicio recomendado tres meses antes no fue suficiente, que el aire comienza a “pesar” y que las piernas, aunque quieras, no responden.
El ascenso comienza “oficialmente” al cruzar la caseta de Medio Ambiente donde se cobra la entrada al Parque Nacional Armando Bermúdez. Todo marcha bien, el ánimo no podría estar mejor. El camino está hecho. Hace muchos años que las autoridades de Medio Ambiente habilitaron las rutas que dan paso al pico Duarte. Subir por las de Azua y San Juan de la Maguana tomaría entre cuatro y cinco días y son más empinadas, por eso la ruta más usada es ésta, la de Manabao.
Si el grupo es pequeño, los organizadores se encargarán de que nadie quede fuera de vista. Si el grupo es grande, más vale no perder de vista al compañero del frente.


¡A SUBIR!
Las primeras subidas son suaves. Los pinos y los helechos dominan el paisaje. El río aparece a intervalos y hay que cruzarlo en determinado momento. La próxima parada está cerca. La botella de agua se va llenando con el líquido transparente de los riachuelos que salpican toda la zona. No es necesario usar los mulos de emergencia por ahora. Dos paradas más de 10 minutos. Se pierde la noción del tiempo. Entonces las zanjas se hacen más hondas y empinadas. Las piernas comienzan a hacer de las suyas y el calor se torna insoportable en pleno invierno. Estamos en el corazón de la cordillera, en el Alto de la Cotorra, a 1,720 metros de altura. Atrás dejamos Los Tablones. Tres kilómetros más y estaremos en La Laguna, a 1,980 metros de altura.
Las recomendaciones de los guías zumban en los oídos: “No se paren muy seguido. No se recuesten de los árboles, no doblen las rodillas, respiren correctamente, no tomen mucha agua porque se pondrán pesados. Resistan. Ánimo. Ya casi llegamos a El Cruce. Recuerden que viaja con nosotros un paramédico. Si no aguantan más avisen”.
En El Cruce, cuando pensamos que íbamos a morir, el camino se divide en dos: por el de la izquierda se llega al valle del Tetero, y por el de la derecha a nuestro destino.
Aquí comienza la verdadera subida al pico Duarte. A los pocos minutos, los mulos de emergencia se reparten entre los atletas y los valientes ciclistas que juraron que lo subirían a pie. Los chicos musculosos pasan vergüenza al ver que los más delgados y frágiles les adelantan como si nada. Aquí también comienzan las maldiciones y ¡ay si a algún guía se le ocurre decir que hay aventureros dominicanos, como Iván Gómez o Roger Jover, que lo han subido más de 20 veces!
Sólo al llegar a Agüita Fría la situación cambia. Se nos conceden largos minutos para ver el nacimiento del río Yaque del Sur, tomar fotos y descansar. Deben ser las cuatro de la tarde. Es la última parada antes de llegar a Compartición, donde pasaremos la noche y adonde todos los grupos deben llegar preferiblemente antes de que oscurezca.
A partir de Agüita Fría el viaje es una delicia. Los pinos arriba, los pajones abajo, las flores silvestres y un camino recto al principio, y muy inclinado al llegar a La Vela, nos llevan hasta Compartición, a cuatro kilómetros del pico Duarte.
Aquí también hay dos opciones para hospedarse: en la caseta de Medio Ambiente o en casas de campaña. La ventaja de la primera es que muchas otras personas dormirán contigo en los pequeños catres o en sus fundas de dormir y los cuentos durarán toda la noche. La ventaja de la segunda es que dormirás en silencio, escuchando la lluvia, si llueve, y sin ratones merodeando.
Además de la caseta de hospedaje, en Compartición funciona una cocina común con varios fogones y un área para fogatas. A varios metros ñbajando- hay un río con el agua más fría que el hielo. Al llegar, los guías ya tienen lista la cena de los grupos organizados. El frío cala los huesos y es casi obligatorio refugiarse entre las brasas de una fogata que se convierte en el alma de la aventura. Gente de todas partes del país y el mundo comparten experiencias. Entre risas y bromas, algunos chicos se cuentan las ampollas de los pies. Alguien se cayó de un mulo. Nadie dejó abandonados los tenis. Atrás quedaron las quejas. Mañana subiremos los cuatro kilómetros que faltan.

¡ARRIBA!
Entre siete y nueve de la mañana del domingo comienza el éxodo hacia el Valle de Lilís. Renovadas las fuerzas, esto será pan comido.
Pero no. La modorra del día anterior se presenta apenas comienza el viaje. Otra vez es necesario repartir los mulos y aguantar la risa de los que suben sin problemas.
Algunos se devuelven a Compartición, simplemente no pueden seguir. Vuelven las maldiciones, el lodo porque llovió en la madrugada, el cansancio. Y justo cuando el camino de pajones buscaba la eternidad aparece el nombre del Valle de Lilís, grande, inmenso, con bancos para descansar.
A 1.2 kilómetros, sobre otra cumbre de forma perfecta que se levanta sobre su falda, se encuentra el Pico. ¡Por fin! Los fuegos forestales que azotaron la zona dejaron un gris entre las ramas de los pinos y es posible ver la silueta.
Y entonces el letrero más famoso del viaje hace su aparición. Hacia arriba, el pico Duarte; a la derecha, La Pelona, su cumbre casi gemela, pues apenas unos metros diferencian su tamaño. Se ve cerquita, fácil. A partir de este punto no se permite el uso de animales. El que quiera completar el viaje tiene que hacerlo a pie. Pero se ve tan cerquita que no importa. Y de nuevo nos equivocábamos.
Otra vez el sol abrasante pese a estar tan alto. Otra vez las quejas.
Otra vez las piernas tambaleantes. Otra vez los tenis dejados en el camino. Y justo cuando una brisa fría le ganó la partida al sol apareció por entre los árboles el ansiado letrero verde y amarillo, al lado de un montón de piedras: Bienvenidos al pico Duarte, 3,087 metros de altura. Queda un último pedacito de tres metros por subir. Sobre las piedras gigantes, detrás del busto de Juan Pablo Duarte, una bandera de mediano tamaño ondea hacia el infinito, hacia un precipicio sin fondo que, vaya paradoja, es el que se encarga de controlar las emociones porque antes de tomar las fotos llegan los abrazos, las lágrimas, la risa y un “¡lo hicimos!” que durará por siempre en la memoria.
Y luego, largos minutos para contemplar el paisaje. Si está nublado, es poco lo que se puede ver desde allí. Pero si la suerte acompaña al grupo, la naturaleza nos premia con la vista más deseada de los artistas del pincel: el azul del cielo, el amarillo del sol y el verde de las montañas fundirse en un paisaje único que hace olvidar los 22 agitados kilómetros que habrá que recorrer de vuelta a Manabao. No importa, volvemos el año que viene.