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18/5/18

Así marcha el partido de fútbol en parada Miguelina


A propósito de que se acerca el Mundial Rusia 2018, hace dos semanas seleccioné la primera foto (tomada en abril de 2015) con la intención de hacer un diálogo con lo que probablemente se estaban voceando estos chicos que juegan un partido de fútbol en el patio delantero de parada Miguelina (Jayaco, Bonao), en la orilla derecha de la autopista Duarte de aquí (Sur) para allá (Norte). Con tanto trabajo olvidé hacerlo. Por suerte.


El domingo pasado pasamos por allá y el partido de fútbol no ha cambiado nada, la discusión sigue en sus buenas, nadie intervino salvo para plantar decenas de Crossandra infundibuliformis por todos lados. Tal vez lo hicieron para que los chicos se sintieran más a gusto si decidían prolongar el altercado. Como parece que hicieron. Claro que, si no las podan, pronto quedarán sepultados y de que un partido de fútbol hubo aquí nadie se dará por enterado.


24/2/09

Presagios (Monumento al ego 15)

Siempre que me toca viajar a Constanza y sus alrededores creo que me ha llegado la hora de morir, y que el viaje no es más que una excusa del Señor (¿?) para que me despida del mundo de la manera más honrosa que le pueda tocar a un montero dominicano.
Horas antes del viaje, mi mente comienza a imaginarse futuros desenlaces trágicos a lo largo de la carretera que conduce al corazón de la cordillera Central.
El corazón se paraliza por segundos cada vez que una curva se prolonga unos metros más, cada vez que la niebla enturbia el panorama o cada vez que el vehículo se tambalea un poco. Durante la milésima de segundos que dura el pequeño infarto creo escuchar una voz de consuelo que me dice: “No te puedes quejar, moriste observando un paisaje digno de los dioses”. Entonces me digo: “Eso quiere decir que te toca el infierno, Yalo, y que por tus buenas intenciones te han permitido disfrutar un poco del cielo”.
Si llegamos a salvo al poblado ubicado a 1,150 metros sobre el nivel del mar intento disfrutar al máximo cada segundo: la hora del desenlace podría ocurrir durante el regreso. Dan deseos de llorar de sólo observar los paisajes de Constanza y pensar que nunca más los volveremos a ver.
De vuelta, la angustia aumenta porque la mente, cruel y envidiosa, acelera el proceso de formación de presagios y la imagen del accidente, los “derriques” y la niebla se hacen más intensos. Y surgen otra vez los pequeños infartos. Cuando asoman las primeras casitas de la comunidad de Blanco, en Bonao, y más adelante el vehículo pisa la talvia de la autopista Duarte, una risa burlona y un alivio cerebral compiten por decir: “No es ahora, Yalo. A lo mejor la próxima vez…”