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11/7/15

De la colección botánica dominicana (1)

En el herbario del Instituto de Investigaciones Botánicas y Zoológicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) una se encuentra con joyas botánicas como estas: 

Una Galactia fuertesii Urb. (leguminosa endémica de República Dominicana) colectada en marzo de 1911 por el padre Miguel Fuertes en Cabral, Barahona.
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Y una Andropogon bicornis b. (gramínea nativa de América) colectada por Eugenio de Jesús Marcano el 6 de noviembre de 1954 en La Recta de Bonao, en la carretera Duarte. 
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La reserva ecológica Padre Miguel Fuertes (donde se encuentra la loma Cachote), convertida en monumento natural en 2004, rinde honor a este investigador; y Marcano… Bueno, qué decir del profesor Marcano.

30/12/14

Acampar en República Dominicana

En la montaña, a orillas del mar, sobre hierba, arena o suelo rocoso, los viajeros que disfrutan del ecoturismo prefieren vivir la experiencia cada vez más en boga de las acampadas.
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©Yaniris López para la revista RT (Resumen Turismo)
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Todas las regiones de República Dominicana ofrecen al viajero espacios idóneos para la acampada recreativa. ¿Le gusta el frío? Instale una casa de campaña a casi 3,000 metros sobre el nivel del mar y déjese envolver por el verde y la neblina de las montañas más altas del Caribe. ¿O prefiere la playa y los llanos costeros? Los hay para elegir si desea pernoctar al mejor estilo nómada.
En los ochenta y noventa, el destino favorito para acampar y disfrutar de la naturaleza era Jarabacoa. Las tiendas multicolores se instalaban en las riberas de los ríos Yaque del Norte y Jimenoa (especialmente en los alrededores de La Confluencia) y en los patios de los centros vacacionales.
A medida que el ecoturismo va entusiasmando a locales y extranjeros, nuevos ambientes han sido conquistados por los amantes de la aventura al aire libre. ¿Dónde están?

Entre montañas. En la cordillera Central, las tres excursiones de montaña más solicitadas por los campistas a lo largo del año cuentan con albergues públicos donde estos pueden hospedarse; la mayoría, sin embargo, prefiere montar una tienda y pasar la noche a ras de tierra.
Es lo que ocurre en las paradas de descanso camino al pico Duarte, en el Valle del Tetero y en el Parque Nacional Valle Nuevo.
Allí, en enclaves ubicados entre los 1,500 y 3,087 metros sobre el nivel del mar, los paisajes de pinos y pajones acompañan a los excursionistas que descansan tras largas horas de caminata entre barrancos, empinadas laderas y estrechos senderos.
Amén del contacto con la naturaleza, lo mejor de las acampadas intramontanas son esos recuerdos de experiencias vividas alrededor de una fogata que quedan registrados por siempre en la memoria.


En la playa. Hasta el 2007, cuando la entonces Secretaría de Medio Ambiente prohibió acampar sin permiso en el Parque Nacional Jaragua, Bahía de las Águilas era el escape perfecto de los campistas locales que preferían estacionarse en una zona exótica y remota.
Hoy, el destino de moda del camping en República Dominicana es también un rincón playero al que todavía no llega el agobio del turismo masivo. Bajo los cocoteros, sobre la arena o sobre un tapiz de hierba, montar tienda en playa Rincón, al oeste de Las Galeras (en la Península de Samaná), es, por mucho, una experiencia inolvidable. Como también lo es dormir a orillas del mar en Punta Rusia, al oeste de Puerto Plata, arrullados por el rumor de las olas.

Centros ecoturísticos. Casi todos los centros y hoteles ecoturísticos del país disponen de áreas para camping, muchas de ellas espacios baldíos dentro de la propiedad. Son famosas las acampadas en Rancho Baiguate (Jarabacoa), en Paraíso Caño Hondo (uno de los puntos de embarque hacia el Parque Nacional Los Haitises, en Hato Mayor), en los tradicionales campamentos de verano de Monte Plata y, en los últimos años, en el centro ecoturístico de la comunidad de Cachote, en Barahona.


Áreas protegidas. Recuerde que para acampar en las zonas protegidas necesita un permiso del Ministerio de Medio Ambiente. Este permiso se obtiene en los centros para visitantes o en las casetas de vigilancia de estas áreas naturales. La mayoría de los operadores turísticos que ofrecen excursiones de acampada tanto en espacios públicos como en centros ecoturísticos privados incluyen en sus paquetes los permisos de entrada y hospedaje y las casas de campaña.

20/5/12

Una loma llamada Cachote


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Yalo para Bureo
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Hay lugares que enamoran incluso al más apático de los viajeros. Cachote, por ejemplo. A unos 1,200 metros sobre el nivel del mar, en la reserva ecológica Padre Miguel Fuertes, el pueblito se encuentra más o menos en el centro (algo al sureste) de la provincia de Barahona, a 15 kilómetros de La Ciénaga y a 25 de Paraíso. (Ver mapa)

 Aquí, en medio del bosque húmedo, viven unas 30 familias. Una pequeña cooperativa local administra un centro ecoturístico que ofrece estadía en cabañas ecológicas, acampadas, caminatas por senderos temáticos, contemplación de aves, paseos en vehículo todo terreno y excursiones a nacimientos de ríos. Nada extraño para los experimentados viajeros que ya han recorrido buena parte del país. Pero, ay, no hay forma de llegar hasta Cachote y no quedar prendado de la loma y de su gente.

 A medida que el vehículo se adentra en esa zona del Bahoruco Oriental, llegan a la mente imágenes de la comunidad de los hobbits, del Señor de los Anillos. Una espera que, de un momento a otro, salten de repente pequeños elfos o gnomos al centro del camino blanco y empedrado y nos impidan pasar, muertos de risa, a menos que les paguemos un peaje por dejarnos disfrutar de sus tesoros naturales.
La culpa es del verde: el de las laderas suaves de las primeras colinas, el de los helechos gigantes que franquean los senderos, el de los pinos que crecen altísimos, el de esos árboles cargados de guajaca cuyos nombres nunca llegan a tiempo. Es como si el verde se pudiera respirar. En serio.

 ¿Y las flores silvestres? ¡Un deleite para los fotógrafos, como toda la zona! Las hay de todos los colores y de todas las formas. Y está el centro, con sus cabañas de madera oscura y modesto inmobiliario; el enorme comedor pegado a la cocina de la que salen criollos olores y el patio salpicado de rosas, bromelias, crotos y caprichos.
Como la noche suele adelantarse y a la temperatura le da por registrar entre 7 y 10 grados Celcius en las madrugadas, es casi obligatorio tomar jengibre alrededor de una fogata y reír con los cuentos del grupo. La estampa queda registrada en la memoria: las luces del fuego, el crispar de los troncos al quemarse, el rumor de las risas. Tampoco es posible olvidar el recuerdo del frío nocturno que taladra el cuerpo envuelto en mantas, ni el concierto sinfónico que aves, grillos y sapos regalan al visitante. 

Si prefiere la soledad, reflexionar, embobarse con la naturaleza, caminar horas muertas entre matorrales o posar los ojos en las ramas de los árboles hasta que asomen los colores de unas 30 especies de aves, ¡bienvenido al paraíso!
Luego llegue hasta el pueblito, comparta con su gente y conozca a Francisco Asmar, su fundador. Pregúntele por qué la loma se llama así y por qué decidió mudarse a este lugar hace ya 60 años. Y entonces entenderá por qué decimos que es imposible no enamorarse de esa loma llamada Cachote.

8/6/11

Cada vez más ligero (Novela de una chica ilusa, cap. 11)

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Los sueños vienen y van atrapados en una valija...
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Hace varios años (2001, creo), cuando recién me estrenaba en el fabuloso mundo del periodismo, hice una de las reseñas que más ha llenado mi ya por entonces retorcida existencia.
La titulé “Proyecto Maletas: sueños que vienen y van atrapados en una valija” (periódico Hoy).
Se trataba de una exposición-proyecto que presentaba en el país un grupo de artistas argentinos cuyos miembros pintaban o armaban una instalación dentro de una maleta.
El trabajo de cada artista, lo que sea que se le ocurriera, debía caber en ella. No podían tomarse un centímetro extra. Esa era la regla. Sus percepciones del mundo, sus temores, alegrías e impresiones, todo se reducía a una pequeña valija, a un equipaje de mano. Y así iban por muchos países mostrando su arte.
¿Por qué me marcó tanto este proyecto? Porque los viajes y las maletas son, por así decirlo, reflejo de nuestros álter egos.
A veces, sólo cuando viajamos (así no pasemos del interior del país) y descubrimos mundos distintos a los que nos rodean (como la modestia extrema, no pobreza, de nuestros campesinos); sólo cuando nos toca poner lo imprescindible en una mochila o en una maleta es que nos damos cuenta de que nos sobran zapatos, accesorios, trapos caros y muchísimos objetos que no caben y nunca cabrán en ellas.
Poco a poco entendemos también que nos sobran teorías, doctrinas, creencias y puntos de vista que nunca, por más que queramos, formarán parte de nuestro viaje y deberán quedarse… porque no hay espacio para ellos en la maleta y, por tanto, tampoco son imprescindibles para la vida.
Quizá por aquello que dicen que dijo Unamuno, eso de que “los nacionalismos se curan viajando”, en los últimos tiempos noto que mi equipaje se pone cada vez más ligero…

27/8/10

Flores raras

Es un verdadero placer recorrer los campos dominicanos y detenerse a fotografiar flores silvestres. Aparecen a lo largo del camino, entre alambradas, enredadas entre las paredes de madera o decorando los setos de las casas de los campesinos, que se desviven por mantener bien cuidados y tupidos sus jardines. Con sus colores y formas premian el ánimo del viajero y le auguran un recorrido lleno de vivencias que quedarán eternizadas, como ellas, en el lente. Aunque algunas, la verdad, son muy raras.

25/3/10

Don Francisco Asmar, fundador de Cachote (Monumento al ego 21)

Estamos a 1,200 metros sobre el nivel del mar, en la reserva ecológica Padre Miguel Fuerte, en el centro de visitantes de un pueblito y una loma llamados Cachote, ubicados en la parte oriental del Parque Nacional Sierra de Bahoruco, mejor conocida como Bahoruco Oriental (provincia Barahona). El frío acá arriba es insoportable; el paisaje, una delicia; la gente, humilde y con muchas ganas de progresar; los caminos, ideales para caminar y tomar fotos, no recomendados para vehículos “normales”…
Temprano en la mañana (tras una tarde de caminata por el Sendero La Jibijoa, una noche de cuentos al calor de una fogata y una madrugada helada), segundos antes de que la camioneta tipo safari nos llevara de vuelta al centro del municipio de Paraíso, don Francisco Asmar se asoma a la parte trasera del safari y pregunta que si le pueden llevar. Los organizadores dicen que sí, que es uno de los fundadores del pueblito, y se le da espacio en medio de 10 ruidosos comunicadores sociales que, al finalizar el viaje, quedaron más que maravillados -y algo tristes- con la historia de don Francisco. Su padre era del Líbano y su madre barahonera y, por razones que no preguntamos pero que entendemos, se instalaron en la ¿cómo describirla y ser justos? bella, verde y reluciente Barahona. En 1952, don Francisco Asmar vio que las tierras de la loma llamada Cachote eran muy lindas y se compró 100 tareas de tierra para “usarlas”. En un lugar del trayecto llamado El Platón, me dijo que pagó 100 pesos por ellas. Un peso por tarea. Le pido que me confirme la cifra (ya saben) y don Francisco Asmar, que lleva 87 años a cuestas, repite todo igualito.
Pero sigamos con la historia. El caso es que junto a Leonte Stefano y Alejandro Feliz, don Francisco Asmar fundó el pueblito de Cachote (en el que viven alrededor de 30 familias, dicen). “Queríamos tener propiedad”, cuenta. Y el nombre de la loma, preguntamos, ¿de dónde salió el nombre? Pues que la gente que visitaba la zona “se dio cuenta” que esa loma se parecía mucho a una montaña haitiana que se llama Chote y, para no repetir el nombre, le pusieron Cachote. Así de sencillo. Y allí se instaló don Francisco Asmar a cultivar la tierra y a cebar reses. Y durante 14 años fue, también, promotor de Salud Pública en la zona. Dice que caminando, caminando vacunaba y asistía a todos los habitantes de tres parajes: Cachote, Cortito y Auta. Y también dice don Francisco Asmar, actual alcalde de Cachote, que nunca lo pensionaron pese a su edad y al sacrificio que hacía por esos montes que, si ahora están deshabitados, imagínense antes; que no recibe ninguna ayuda del estado, que crió a fuerza de trabajo a sus diez hijos, y muchas otras cosas que nos obligan a preguntarnos si, para las autoridades, el campo y su gente existen realmente. Recuerden que en los parajes dominicanos el cargo de “alcalde” es honorífico.
Para no cansarles con el cuento, también nos preguntamos cómo se iba a hacer don Francisco Asmar para, ese día, alcanzar los 25 forzosos kilómetros que separan Cachote de Paraíso sin la ayuda de nuestro safari. Por lo que vimos, estaba dispuesto a hacerlo a pie…