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20/5/12

Una loma llamada Cachote


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Yalo para Bureo
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Hay lugares que enamoran incluso al más apático de los viajeros. Cachote, por ejemplo. A unos 1,200 metros sobre el nivel del mar, en la reserva ecológica Padre Miguel Fuertes, el pueblito se encuentra más o menos en el centro (algo al sureste) de la provincia de Barahona, a 15 kilómetros de La Ciénaga y a 25 de Paraíso. (Ver mapa)

 Aquí, en medio del bosque húmedo, viven unas 30 familias. Una pequeña cooperativa local administra un centro ecoturístico que ofrece estadía en cabañas ecológicas, acampadas, caminatas por senderos temáticos, contemplación de aves, paseos en vehículo todo terreno y excursiones a nacimientos de ríos. Nada extraño para los experimentados viajeros que ya han recorrido buena parte del país. Pero, ay, no hay forma de llegar hasta Cachote y no quedar prendado de la loma y de su gente.

 A medida que el vehículo se adentra en esa zona del Bahoruco Oriental, llegan a la mente imágenes de la comunidad de los hobbits, del Señor de los Anillos. Una espera que, de un momento a otro, salten de repente pequeños elfos o gnomos al centro del camino blanco y empedrado y nos impidan pasar, muertos de risa, a menos que les paguemos un peaje por dejarnos disfrutar de sus tesoros naturales.
La culpa es del verde: el de las laderas suaves de las primeras colinas, el de los helechos gigantes que franquean los senderos, el de los pinos que crecen altísimos, el de esos árboles cargados de guajaca cuyos nombres nunca llegan a tiempo. Es como si el verde se pudiera respirar. En serio.

 ¿Y las flores silvestres? ¡Un deleite para los fotógrafos, como toda la zona! Las hay de todos los colores y de todas las formas. Y está el centro, con sus cabañas de madera oscura y modesto inmobiliario; el enorme comedor pegado a la cocina de la que salen criollos olores y el patio salpicado de rosas, bromelias, crotos y caprichos.
Como la noche suele adelantarse y a la temperatura le da por registrar entre 7 y 10 grados Celcius en las madrugadas, es casi obligatorio tomar jengibre alrededor de una fogata y reír con los cuentos del grupo. La estampa queda registrada en la memoria: las luces del fuego, el crispar de los troncos al quemarse, el rumor de las risas. Tampoco es posible olvidar el recuerdo del frío nocturno que taladra el cuerpo envuelto en mantas, ni el concierto sinfónico que aves, grillos y sapos regalan al visitante. 

Si prefiere la soledad, reflexionar, embobarse con la naturaleza, caminar horas muertas entre matorrales o posar los ojos en las ramas de los árboles hasta que asomen los colores de unas 30 especies de aves, ¡bienvenido al paraíso!
Luego llegue hasta el pueblito, comparta con su gente y conozca a Francisco Asmar, su fundador. Pregúntele por qué la loma se llama así y por qué decidió mudarse a este lugar hace ya 60 años. Y entonces entenderá por qué decimos que es imposible no enamorarse de esa loma llamada Cachote.

25/3/10

Don Francisco Asmar, fundador de Cachote (Monumento al ego 21)

Estamos a 1,200 metros sobre el nivel del mar, en la reserva ecológica Padre Miguel Fuerte, en el centro de visitantes de un pueblito y una loma llamados Cachote, ubicados en la parte oriental del Parque Nacional Sierra de Bahoruco, mejor conocida como Bahoruco Oriental (provincia Barahona). El frío acá arriba es insoportable; el paisaje, una delicia; la gente, humilde y con muchas ganas de progresar; los caminos, ideales para caminar y tomar fotos, no recomendados para vehículos “normales”…
Temprano en la mañana (tras una tarde de caminata por el Sendero La Jibijoa, una noche de cuentos al calor de una fogata y una madrugada helada), segundos antes de que la camioneta tipo safari nos llevara de vuelta al centro del municipio de Paraíso, don Francisco Asmar se asoma a la parte trasera del safari y pregunta que si le pueden llevar. Los organizadores dicen que sí, que es uno de los fundadores del pueblito, y se le da espacio en medio de 10 ruidosos comunicadores sociales que, al finalizar el viaje, quedaron más que maravillados -y algo tristes- con la historia de don Francisco. Su padre era del Líbano y su madre barahonera y, por razones que no preguntamos pero que entendemos, se instalaron en la ¿cómo describirla y ser justos? bella, verde y reluciente Barahona. En 1952, don Francisco Asmar vio que las tierras de la loma llamada Cachote eran muy lindas y se compró 100 tareas de tierra para “usarlas”. En un lugar del trayecto llamado El Platón, me dijo que pagó 100 pesos por ellas. Un peso por tarea. Le pido que me confirme la cifra (ya saben) y don Francisco Asmar, que lleva 87 años a cuestas, repite todo igualito.
Pero sigamos con la historia. El caso es que junto a Leonte Stefano y Alejandro Feliz, don Francisco Asmar fundó el pueblito de Cachote (en el que viven alrededor de 30 familias, dicen). “Queríamos tener propiedad”, cuenta. Y el nombre de la loma, preguntamos, ¿de dónde salió el nombre? Pues que la gente que visitaba la zona “se dio cuenta” que esa loma se parecía mucho a una montaña haitiana que se llama Chote y, para no repetir el nombre, le pusieron Cachote. Así de sencillo. Y allí se instaló don Francisco Asmar a cultivar la tierra y a cebar reses. Y durante 14 años fue, también, promotor de Salud Pública en la zona. Dice que caminando, caminando vacunaba y asistía a todos los habitantes de tres parajes: Cachote, Cortito y Auta. Y también dice don Francisco Asmar, actual alcalde de Cachote, que nunca lo pensionaron pese a su edad y al sacrificio que hacía por esos montes que, si ahora están deshabitados, imagínense antes; que no recibe ninguna ayuda del estado, que crió a fuerza de trabajo a sus diez hijos, y muchas otras cosas que nos obligan a preguntarnos si, para las autoridades, el campo y su gente existen realmente. Recuerden que en los parajes dominicanos el cargo de “alcalde” es honorífico.
Para no cansarles con el cuento, también nos preguntamos cómo se iba a hacer don Francisco Asmar para, ese día, alcanzar los 25 forzosos kilómetros que separan Cachote de Paraíso sin la ayuda de nuestro safari. Por lo que vimos, estaba dispuesto a hacerlo a pie…