Yaniris López
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Ni una sola palmera,
ni árboles frondosos ni sillones donde tomar el sol. Tampoco se ven señales de las exóticas flora y la fauna que promueven los ecologistas como símbolos del Parque Nacional Jaragua. Sólo se advierte el sol abrasante de un mediodía que se alarga hasta las 4:00 de la tarde y
caminos de arena que calientan los pies e impiden caminar.
Sólo se ven cactus, árboles que dejan pasar el sol y matorrales; sólo agua salada y un silencio sepulcral apenas perturbado por el rumor de unas olas minúsculas que se niegan a echar espumas.
Es más, dicen que no es una bahía, sino una gran ensenada. Y de ecoturismo ni hablar: la Secretaría de Estado de Medio Ambiente prohibió acampar en la zona el año pasado.
Entonces llegan las preguntas:
¿qué tienen esos siete kilómetros de playa que enamoran al visitante? ¿Cuáles detalles la hacen irresistible? ¿Por qué se ha convertido en el destino de moda local que todos quieren visitar y los grandes empresarios turísticos se disputan? ¿Cuáles son los encantos de Bahía de las Águilas?
Un pedazo virgen, todavía...
No hace falta decir el nombre completo. En los últimos años, al mencionar la palabra bahía la mente ya no viaja al norte del país. Decir bahía hoy día significa viajar al Suroeste, a la provincia de Pedernales, a 323 kilómetros de Santo Domingo.
Para encontrarla,
enclavada en el Parque Nacional Jaragua, entre Punta Chimanche y Punta Águila, hay que salir rumbo a Pedernales y, 12 kilómetros antes de llegar a la ciudad, doblar hacia Cabo Rojo. Atravesar el paisaje estepario del parque, entre matorrales y guazábaras, entre grises y verdes, es de por sí una aventura, y no por las malas condiciones del camino. Enormes cactus y arbustos bajos en los costados, tierra roja en el suelo y una franja azul que aparece a intervalos acompañan a los visitantes que consideran esa zona “hermosa”.
TURISMO. Al llegar al pequeño poblado de Las Cuevas, famoso porque sus pocos habitantes viven en las cavernas de la zona –dicen que huyéndole al sol-, varios botes esperan a los visitantes que irán por mar hasta Bahía de las Águilas. Los que decidan viajar por tierra deben hacerlo en un vehículo 4 x 4 y poner un experto al volante.
Por agua, el recorrido de unos 15 minutos se hace bordeando la costa.
Los enormes farallones que se alzan en el mar -algunos parecen verdaderos conos de helado- son los primeros en pronosticar un paisaje de ensueño.
El bote se detiene, los pasajeros bajan.
Ahí está Bahía,
tan grande que los ojos no la pueden abarcar, confirmando por qué los turistas criollos la han bautizado como una de las playas más bellas del país.
La vista justifica el viaje. Tan claras que permiten fotografiar la sombra, sus aguas son las más transparentes del país y sus arenas las más blancas.
No hay palmeras porque el paisaje no las necesita, ni sillones de playa porque el hotel más cercano está a kilómetros de distancia.
¿Qué tiene Bahía que enamora a la gente?
Aunque difíciles de ver, según las autoridades de Medioambiente, alrededor de la bahía, formando parte de los 1,374 kilómetros cuadrados del Parque Nacional Jaragua, se esconden
unas 130 especies de aves de las que 10 son endémicas, 76 residentes y 47 migratorias.
En sus aguas abundan los corales, las estrellas de mar, las gorgonias Pseudoterogorgia (invertebrados marinos que parecen esqueletos de arbustos) y las praderas marinas.
Si hay suerte, es posible ver tortugas carey, pues se dice que en estas playas se encuentra el mayor anidamiento del Caribe y la mayor cantidad de careyes jóvenes del mundo. Igualmente importantes son las poblaciones de iguana rinoceronte, paloma coronita, paloma ceniza, lambíes y manatíes. Plantas endémicas como la canelilla y el guanito conviven con el guayacán, el roble, el gayuco y la guazábara.
En el Parque Jaragua, establecido en 1983, también se han encontrado importantes yacimientos arqueológicos prehispánicos que registran asentamientos indígenas.
En las cavernas El Guanal, La Poza y Mongó aún se pueden ver las pictografías realizadas por los taínos.
Por su gran biodiversidad, el parque fue declarado por la Unesco Reserva de la Biosfera en el año 2002, junto con los parques Lago Enriquillo y Sierra de Bahoruco.
Y por otras razones
-la belleza de los alrededores y las pocas precipitaciones- Bahía de las Águilas se debate desde hace años entre la lujuria de los grandes empresarios turísticos que desean construir infraestructuras permanentes en la zona y el celo de los grupos ecológicos que, como la Coalición para la Defensa de las Áreas Protegidas, aseguran que se trata de
un ecosistema frágil “cuya conservación y uso público demanda de una visión de futuro y un alto sentido de responsabilidad ante la sociedad dominicana y ante el mundo”.
Por tratarse, además, de un área protegida, está prohibido acampar, hacer fogatas y dejar basuras entre la maleza. Por las fundas que cuelgan de los árboles y los palos secos que hay en la arena, es obvio que no todos obedecen las reglas.
EXCURSIONES. Para los que prefieren viajar solos, el alquiler de un bote desde Las Cuevas hasta Bahía de las Águilas ronda los 30 y 40 dólares para seis personas. Para los que prefieren hacerlo en grupos turísticos o en viajes privados, hay agencias que pautan periódicamente tours a Bahía de las Águilas.
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P.D.: Esta historia (con algunas fotos actualizadas) fue publicada en
2008 en LD, pero la repetimos aquí porque el lío por el caso de los terrenos en la playa está en sus buenas y tal vez quienes nunca la han visitado se pregunten qué tiene, efectivamente, de especial. Ya los pescadores no viven en la cueva, sino en casitas construidas a pocos metros por Medio Ambiente, que ya no es secretaría sino ministerio (prometo traerles fotos de cómo está el lugar ahora en la próxima entrada).