Dos días son suficientes para coronar la cima más alta de las Antillas y vivir, en ese tiempo, la mayor experiencia ecoturística que ofrece el territorio dominicano.
Yaniris López
LD/1/09/2008
El viaje comienza casi siempre un viernes en la noche con la llegada a Manabao, en la provincia de La Vega. Durante el trayecto, la oscuridad esconde enormes campos de tayota que se confunden con la maleza verde y estrechas hileras de espuma blanca que harán la delicia al regreso. Para pasar la noche hay dos opciones: la caseta de la Secretaría de Medio Ambiente o alquilar alguna vivienda en la comunidad.
Ya sea que el viaje lo organice una agencia de viajes o un grupo de amigos, algunas cosas ya discutidas antes del viaje tienen que ponerse en orden esa misma noche: los mulos llevarán el equipaje hasta la última parada, sería bueno usar pantalones de lycra debajo de los jeans
y nadie debe olvidar colocar en la mochila una capa impermeable, por si llueve. Hay uno o varios mulos de emergencia. Aunque muchas personas terminan por subir el pico sobre ellos, es mejor hacerlo a pie. Ese es el viaje que realizaremos. Al día siguiente comienza la aventura.
TODO LISTO
Bien temprano, alrededor de las 6:00 de la mañana del sábado, todos deben estar listos para partir. El desayuno tiene que ser pesado, porque durante el trayecto sólo se podrá tomar agua y comer pequeñas porciones de chocolates y picaderas. Tiene lógica, mientras más ligeros viajemos, menos nos cansaremos y podremos avanzar más deprisa. Pero esta norma no siempre se cumple.
Así que si ves un palo rodando por ahí antes de salir del pueblo, tómalo, te será de mucha utilidad cuando comprendas que el ejercicio recomendado tres meses antes no fue suficiente, que el aire comienza a “pesar” y que las piernas, aunque quieras, no responden.
El ascenso comienza “oficialmente” al cruzar la caseta de Medio Ambiente donde se cobra la entrada al Parque Nacional Armando Bermúdez. Todo marcha bien, el ánimo no podría estar mejor. El camino está hecho. Hace muchos años que las autoridades de Medio Ambiente habilitaron las rutas que dan paso al pico Duarte. Subir por las de Azua y San Juan de la Maguana tomaría entre cuatro y cinco días y son más empinadas,
por eso la ruta más usada es ésta, la de Manabao.
Si el grupo es pequeño, los organizadores se encargarán de que nadie quede fuera de vista. Si el grupo es grande, más vale no perder de vista al compañero del frente.
¡A SUBIR!
Las primeras subidas son suaves. Los pinos y los helechos dominan el paisaje. El río aparece a intervalos y hay que cruzarlo en determinado momento. La próxima parada está cerca. La botella de agua se va llenando con el líquido transparente de los riachuelos que salpican toda la zona.
No es necesario usar los mulos de emergencia por ahora. Dos paradas más de 10 minutos. Se pierde la noción del tiempo. Entonces las zanjas se hacen más hondas y empinadas.
Las piernas comienzan a hacer de las suyas y el calor se torna insoportable en pleno invierno. Estamos en el corazón de la cordillera, en el Alto de la Cotorra, a 1,720 metros de altura. Atrás dejamos Los Tablones. Tres kilómetros más y estaremos en La Laguna, a 1,980 metros de altura.
Las recomendaciones de los guías zumban en los oídos: “No se paren muy seguido. No se recuesten de los árboles, no doblen las rodillas, respiren correctamente, no tomen mucha agua porque se pondrán pesados. Resistan. Ánimo. Ya casi llegamos a El Cruce. Recuerden que viaja con nosotros un paramédico. Si no aguantan más avisen”.
En El Cruce, cuando pensamos que íbamos a morir, el camino se divide en dos: por el de la izquierda se llega al valle del Tetero, y por el de la derecha a nuestro destino.
Aquí comienza la verdadera subida al pico Duarte.
A los pocos minutos, los mulos de emergencia se reparten entre los atletas y los valientes ciclistas que juraron que lo subirían a pie. Los chicos musculosos pasan vergüenza al ver que los más delgados y frágiles les adelantan como si nada. Aquí también comienzan las maldiciones y ¡ay si a algún guía se le ocurre decir que hay aventureros dominicanos, como Iván Gómez o Roger Jover, que lo han subido más de 20 veces!
Sólo al llegar a Agüita Fría la situación cambia. Se nos conceden largos minutos para ver el nacimiento del río Yaque del Sur, tomar fotos y descansar. Deben ser las cuatro de la tarde. Es la última parada antes de llegar a Compartición, donde pasaremos la noche y adonde todos los grupos deben llegar preferiblemente antes de que oscurezca.
A partir de Agüita Fría el viaje es una delicia. Los pinos arriba, los pajones abajo, las flores silvestres y un camino recto al principio,
y muy inclinado al llegar a La Vela, nos llevan hasta Compartición, a cuatro kilómetros del pico Duarte.
Aquí también hay dos opciones para hospedarse: en la caseta de Medio Ambiente o en casas de campaña. La ventaja de la primera es que muchas otras personas dormirán contigo en los pequeños catres o en sus fundas de dormir y los cuentos durarán toda la noche. La ventaja de la segunda es que dormirás en silencio, escuchando la lluvia, si llueve, y sin ratones merodeando.
Además de la caseta de hospedaje,
en Compartición funciona una cocina común con varios fogones y un área para fogatas. A varios metros ñbajando- hay un río con el agua más fría que el hielo. Al llegar, los guías ya tienen lista la cena de los grupos organizados. El frío cala los huesos y es casi obligatorio refugiarse entre las brasas de una fogata que se convierte en el alma de la aventura. Gente de todas partes del país y el mundo comparten experiencias. Entre risas y bromas,
algunos chicos se cuentan las ampollas de los pies. Alguien se cayó de un mulo. Nadie dejó abandonados los tenis. Atrás quedaron las quejas. Mañana subiremos los cuatro kilómetros que faltan.
¡ARRIBA!
Entre siete y nueve de la mañana del domingo comienza el éxodo hacia el Valle de Lilís. Renovadas las fuerzas, esto será pan comido.
Pero no. La modorra del día anterior se presenta apenas comienza el viaje. Otra vez es necesario repartir los mulos y aguantar la risa de los que suben sin problemas.
Algunos se devuelven a Compartición, simplemente no pueden seguir. Vuelven las maldiciones, el lodo porque llovió en la madrugada, el cansancio. Y justo cuando el camino de pajones buscaba la eternidad aparece el nombre del Valle de Lilís, grande, inmenso, con bancos para descansar.
A 1.2 kilómetros, sobre otra cumbre de forma perfecta que se levanta sobre su falda, se encuentra el Pico. ¡Por fin! Los fuegos forestales que azotaron la zona dejaron un gris entre las ramas de los pinos y es posible ver la silueta.
Y entonces el letrero más famoso del viaje hace su aparición. Hacia arriba, el pico Duarte; a la derecha, La Pelona, su cumbre casi gemela, pues apenas unos metros diferencian su tamaño. Se ve cerquita, fácil. A partir de este punto no se permite el uso de animales. El que quiera completar el viaje tiene que hacerlo a pie. Pero se ve tan cerquita que no importa. Y de nuevo nos equivocábamos.
Otra vez el sol abrasante pese a estar tan alto. Otra vez las quejas.
Otra vez las piernas tambaleantes. Otra vez los tenis dejados en el camino. Y justo cuando una brisa fría le ganó la partida al sol apareció por entre los árboles el ansiado letrero verde y amarillo, al lado de un montón de piedras: Bienvenidos al pico Duarte, 3,087 metros de altura. Queda un último pedacito de tres metros por subir. Sobre las piedras gigantes, detrás del busto de Juan Pablo Duarte, una bandera de mediano tamaño ondea hacia el infinito, hacia un precipicio sin fondo que, vaya paradoja, es el que se encarga de controlar las emociones porque antes de tomar las fotos llegan los abrazos, las lágrimas, la risa y un
“¡lo hicimos!” que durará por siempre en la memoria.
Y luego, largos minutos para contemplar el paisaje. Si está nublado, es poco lo que se puede ver desde allí. Pero si la suerte acompaña al grupo, la naturaleza nos premia con la vista más deseada de los artistas del pincel: el azul del cielo, el amarillo del sol y el verde de las montañas fundirse en un paisaje único que hace olvidar los 22 agitados kilómetros que habrá que recorrer de vuelta a Manabao.
No importa, volvemos el año que viene.