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11/12/14

¿Otoño en El Valle?

Los pajones de los prados y laderas de la región El Valle, en el Suroeste dominicano, se tornan amarillos para esta época. Se ven tan lindos/pastoriles/bucólicos/ y amarillentos que da la impresión de que, por lo menos por esos lados, sí llega el otoño. 
Así sea por dos o tres semanas. Porque dice doña Cira, vecina de Sabana Mula, al este de la provincia Elías Piña, que los pajones (allá le llaman “yerba de avión”) se ponen de nuevo verdes en cuanto llueve. Qué suerte poder verlos así, marrones y secos. Coincidir en su etapa triste, en su ocaso, en su degeneración… 






 

14/12/08

El despojo (Novela de una chica ilusa, cap. 3)


Aunque no cree en eso, Yalo pensó que dado que tiene tan buena suerte para que la engañen, que casi nunca ha logrado entregar un trabajo a tiempo, que es haragana en extremo y tonta y pendeja en igual proporción… Ella pensó que un despojo no le vendría mal.
Así, aprovechando que acompañaba a unos amigos –que sí creen en eso– hasta las tierras de Solín, tal vez el más grande santero de San Juan y, cuidado, del país, decidió que ya era hora de “quitarse lo malo y echarlo en el mar”.
Franqueó caminos y laderas, cruzó riachuelos y carreteras y al llegar al llano de Solín hizo como Vicente (que hace lo que ve hacer a la gente): le dio tres vueltas a las cruces de Liborio, tocó cada una de las –no sé cuántas- campanitas del altar –enorme, imponente– y mandó a comprar el velón que emanaría la luz que le indicaría a Solín cuán descricajada era su vida.
Cuando le tocó su turno se sentó en la silla frente al altar mirando los trapos de colores que se enganchan en el techo por cada alma “despojada”, se sobresaltó cuando Solín le dijo que descruzara los pies y se quedó allí como una estatua, sin saber qué decir.
No preguntó nada, no dijo una sola palabra pero tampoco hizo falta. Solín la “desnudó” de arriba abajo, le dijo todo lo que ella quería y temía escuchar y muchas cosas de esas que ella siempre dice que se arrepiente de pensar y hacer. La más ingenua fue: “Tenga cuidado con el dinero, porque así como le llega se va”. Y con las palmas y los dedos de las manos dibujó la siguiente frase: “Le entra por aquí –porque le entra– y le sale por aquí”.
Las demás observaciones fueron muy dolorosas como para exponerlas así, sin que nadie pague por escucharlas.

Con cada palabra de Solín Yalo intentaba que los ojos no se le salieran y, a lo muy cibaeña que es, mantuvo siempre una actitud de: “Ja, no estoy muy segura de lo que usted dice”, cuando en el fondo quería decirle: “¡Mierda, Solín!, ¿cómo es que pegaste en todo?”
Para finalizar, Solín le dio su respectivo despojo con hojas de las que Yalo sólo alcanzó a reconocer la ruda. El agua usada despedía un olor “indescifrable”, como esos olores que emanan de las habitaciones de las abuelas que se están muriendo. Para completar la obra subimos hasta las montañas de Liborio y nos mojamos con la agüita santa que quita hasta las pecas.
Y de nuevo para el valle para hacer un recorrido por San Juan de la Maguana. El viaje había terminado. A las 5:00 de la tarde saldría la última guagua de Caribe Tours.

Allí vamos
¡Vida nueva!, pensó Yalo. Adiós, temores. Adiós, arrepentimientos. Es tiempo de renacer. ¡Allá nos vemos, Santo Domingo!
El frío de la guagua, unido al polvo recogido durante el día, presagiaron una incipiente gripe que Yalo pensó no pasaría de ahí, por lo menos no después de haber dejado atrás todo lo malo.
De la parada siguió hasta el trabajo y allí la “jalaron” los jefes a una oficina para informarle que el proyecto en el que venía trabajando desde hacía un año y pico había sido cancelado, y que ya le informarían lo que haría en lo adelante.
Luego, por primera vez en su vida como empleada –que ya ronda los trece años–, Yalo faltó tres días al trabajo. Sí, ella nunca había faltado, por ningún motivo, a ninguno de sus trabajos (ni siquiera cuando le sacaban las muelas para que los brackes encontraran espacio en su boca). Faltar es lo de menos, se dijo, algún día tenía que ser, ¡pero faltar por una gripe era inconcebible! ¡Intolerable!
Pero así fue. ¿Las hojas? ¿El agua? ¿El polvo de agosto de San Juan? ¿El frío de la guagua? ¿Un castigo del Señor? Ella intenta averiguarlo aún. Solín le había predicho lo del trabajo –en serio– pero también le había dicho que si de algo Yalo debía estar muy orgullosa, con todo y quejarse tanto, era de su envidiable salud…
 
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P.D.: A veces, cuando recuerda el despojo con cariño, Yalo se pregunta de qué color habrá puesto Solín su trapo en el techo de la santería...

9/9/08

Divinas letrinas

Hace unos años, cuando trabajaba para el periódico Hoy, me tocó hacer un reportaje sobre el trabajo social que hacía una ONG en los lugares más alejados de las provincias del sur del país. Lo titulé “De comunidades aisladas a núcleos de integración social” porque eso, precisamente, era lo que hacía la organización, ayudar a elevar la calidad de vida de los moradores organizándolos en núcleos comunitarios y facilitándoles ayuda económica. De todas las actividades que realizaban, hubo una que me afectó en gran manera y que nunca he podido olvidar: las comunidades hacían una fiesta cada vez que inauguraban un grupo de tres o cuatro letrinas. Sí, letrinas. Un hoyo en el suelo con cinco hojas de zinc y un sentadero. Recuerdo que ese día, que coincidió con las fiestas de San Miguel, en uno de los parajes que bordean el río Mijo, en San Juan de la Maguana, prepararon unos cinco calderos enormes de sanchocho en fogones al aire libre y la gente bailaba salves y palos de lo más feliz. Lo recordé porque la semana pasada tuve que recurrir a una de ellas para vaciar el contenido de mediodía de brincaderas por los campos de la provincia Espaillat. Leo Santiago pensó que sería divertido tomarme unas fotos entrando en la letrina. De hecho, se rió muchísimo. Pero qué va. No me importa usarlas. En el monte, una letrina es un lujo. Y yo también haría una fiesta si su construcción implicaría dejar de defecar en los ríos y entre los matorrales.

19/11/07

Doña Ana y el secreto de Balaguer

Tiene 71 años y es la portadora de uno de los secretos mejor guardados de la historia dominicana: qué comía el extinto líder y ex presidente Joaquín Balaguer. ¿Lograríamos que lo contara?

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Yaniris López
Lecturas de Domingo/LD
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Todos los caminos de la ciudad de San Juan de la Maguana conducen al “Comedor Ana”, en la calle Anacaona, una cuadra detrás de la Catedral. Allí, una mujer menuda de 71 años, color azabache, impecablemente arreglada y presta a conversar y a sonreír recibe a los comensales que se acercan a probar un sazón natural y exclusivo que sólo ella sabe preparar. Sus especialidades son la guinea criolla guisada, el filete a caballo o miñón (Mignon) y dejar en vilo a los curiosos que le hacen preguntas sobre un tema que ella se empecina en mantener en secreto.
Cuando le preguntan cómo se adueñó del corazón y el estómago de los sanjuaneros, Ana Encarnación suelta un largo “ufff” y dice que hace unos treinta años, cuando llegó desde Elías Piña después de un “diguto con el pai de los hijos”. Y con un marcado acento sureño aclara que antes de convertirse en cocinera de profesión trabajó en la casa de Vinicio Sánchez, papá de la cantante lírica Marianela Sánchez, en San Juan.
Discreta, como las buenas amas de casa de antaño, se niega a decir qué pasó con su esposo en Elías Piña. Sólo asegura que vendió todo y se fue a vivir con sus trece hijos a San Juan, que “sacando sus chelitos” mientras trabajaba para Vinicio “asentó” a sus hijos y nunca puso a trabajar a las hembras, sino que las envió a la escuela, y que ellas y ellos hoy son su orgullo. Trabajan, hay una profesora, un periodista, un teniente ¿o sargento?, algunas se casaron, viven en Suiza, otros en la capital, otros en San Juan.
El discurso puede variar, porque en ocasiones doña Ana confunde la cantidad y el sexo de los hijos. Tres de ellos ya murieron, pero de los diez que le quedan habla con pasión, muy complacida. Con sus ahorros compró un solar, hizo una casa y comenzó el negocio de la comida en el mismo lugar donde se encuentra y por el que pagaba 75 cheles mensuales de alquiler.
“Ahora, desde que la dueña murió, pago mil 600, pero si se les ofrece vender me toca a mí, yo se la compro”, dice contenta refiriéndose a las dos salas unidas por una hilera de madera convertidas en comedor. 



Una hormiguita y ¿qué comía Balaguer? 

 Doña Ana trabaja 18 horas al día. Cocina todo el tiempo con la ayuda de dos de sus hijas y otra muchacha de la ciudad. Y hasta le parece poco. “Antes trabajaba desde las seis de la mañana hasta la una de la madrugada, ahora nos estamos yendo más temprano, a las once”.
Comprobamos que no mentía porque al ver nuestra cara de sorpresa se apresuró a responder: “Porque siempre viene mucha gente de noche buscando, ‘regendiendo’ atrás de mí”.

 La sencillez del lugar, todo en madera, muy modesto, contrasta con la calidad y los precios de la comida que allí se ofrece. Las primeras tres mesas, que señala como si las hubiese adquirido ayer, se las compró a las monjas y el resto las mandó a hacer. Igual de viejos pero aún funcionales son los fogones o tanques -así les llama- donde le preparaba la comida al ex presidente de la República, Joaquín Balaguer, cuando éste visitaba la región y se hospedaba en la casa que tenía en el municipio de Juan de Herrera, próximo a la ciudad. ¿A Balaguer? Pues sí.

 Pero si esperábamos que Ana nos contara algo sobre los enigmáticos hábitos culinarios del extinto líder político nos equivocábamos. A menos, claro, que Xiomara Domínguez, periodista y directora provincial de Cultura de San Juan de la Maguana y una servidora, que el día de la entrevista almorzábamos en el lugar, empleáramos a fondo nuestras dotes como entrevistadoras o, mejor dicho, nuestros posibles encantos de personas simpáticas y muy dulces.
¿Es cierto que comía corazón de tortuga para vivir más? ¿Es cierto que odiaba las habichuelas? ¿Tomaba licor? ¿Qué le gustaba?
“Todo el mundo ha venido por aquí y no, no se lo digo. Es un secreto, no se lo digo a nadie, como dice el anuncio. Ni siquiera a su hermana, que después que él murió vino, no le dije”, dice sonriendo doña Ana. Y como si se burlara de nosotras sigue: “Le preparaba la comida en estos tanques. El chofer me decía dizque Ana, déme la comida pa’ llevarla y yo le decía no, usted no me va a llevar esa comida, no, vamos los dos”.
– Eso quiere decir que Balaguer confiaba mucho en usted -le dijimos.
– Claro –responde.
Ante la insistencia repite que no, que es un secreto y que los secretos no se dicen. Pero siguió torturándonos como si nada: “Un día que Balaguer estaba en El Cercado el chofer quería que le diera la comida para llevarla y yo le dije párese ahí, esto es una cosa de mucha responsabilidad, o yo o usted puede caer preso. Yo la voy a llevar, usted me lleva y yo le llevo la comida. Cogí una bandeja grande y preparé bien esa comida, le dije vámonos, pero no dejé que se me pegara, por si acaso. Porque es un peligro, ¿verdad? Lo podían envenenar”. 


La memoria de doña Ana parece incorruptible. Recuerda con exactitud qué sirve en ocasiones especiales y a quién le sirve. “Como a los 15 días vino Freddy Beras Goico con 16 personas. Les preparé filete de pollo, guinea guisada, pollo criollo guisado, moro de guandules, arroz blanco con habichuela, fritos verdes, de todo, ensalada mixta. Eso fue un escándalo, eso fue er diache”.
Todo al natural, sólo con sazones criollos, nada artificial ni aceite malo. Mientras nos enseñaba los fogones y se dejaba fotografiar, fueron saliendo algunas preguntas sueltas, indiscretas.
– Así que aquí era donde usted le preparaba la comida al Presidente. Y díganos, ¿le gustaba el arroz?
– Sí, claro. Un poco solamente, pero había que echárselo en una taza, un poco nada más.
– ¿Y es verdad que no le gustaban las habichuelas?
– ¿Quién dijo? Sí le gustaba, sí le gustaba.
Qué va. Se dio cuenta del juego. Nos mira y se ríe como si tal cosa. Fue lo único que le pudimos sacar.
Y a ella, ¿qué le gusta? Doña Ana transmite sus experiencias culinarias a las chicas de San Juan. Come cualquier cosa, pero su plato favorito es el huevo criollo con plátano y un poco de aceite del bueno. “No cocino con aceite malo”, dice. Ha visitado la capital, pero si le dan a elegir prefiere una visita a Higüey, donde la virgen de la Altagracia.

26/10/07

San Juan (Monumento al ego 7)

Aquí, con Xiomara Domínguez, en San Juan de la Maguana, con el arco del triunfo -blanco, imponente- del Granero del Sur como telón. Además de gestora cultural y periodista (eh, ah, en fin…) Xío es una viajera innata que disfruta cada ocasión que le brinda la vida para meterse entre los poros, más allá de los ojos y en el medio del corazón cada experiencia que le toca vivir. Fue un honor recorrer junto a ti una de las ciudades más lindas del Sur…