Fotos en el PDF. |
Las fotos pueden salir manchadas, los detalles se pueden perder. En fin…
Yalo estaba tan orgullosa de las fotos que tomó en el Parque Natural –Cueva– Los Tres Ojos que ese día deseó por unos minutos que amaneciera rápido para ver sus páginas en el periódico.
Con la taza de café caliente en mano toma la sección y oh, mundo cruel.
El sentimiento es un poco parecido a cuando te atracan o te roban la cartera (los entendidos entenderán).
Qué decepción. Qué pena. Qué pasó. Qué hicieron. #Nopueser.
Las aguas del cenote están negras, los detalles de las cuevas no se distinguen, el agua de los manantiales ni se ve, los verdes están oscuros, manchados; el rojo del flamboyán (¡el flamboyán!) se ve sucio, horrible. Qué tristeza. Va y, casi llorando, exige una explicación. Nadie sabe lo que pasó. En realidad no parece que haya pasado nada. De hecho, no pasó nada. No hay nada que explicar. Anda. Qué se le va a hacer. Cosas que pasan. Decisiones divinas. Un golpe al ego, nada más.
Las fotos publicadas. |
Posdata de Dios.
¿Decisiones divinas? Las cosas, Yalo, no tienen por qué pasar como tú quieres que pasen.
El mundo, chiquilla ilusa, no gira alrededor de tu insulsa existencia.
Hay cosas más importantes en la vida que andar embobada mirando los campos, subiendo y bajando verdes laderas, tomándoles fotos a las mariposas y a las florecillas silvestres.
La vida, insípida Yalo, es eso que pasa mientras tú te entretienes mirando NCIS, Alienígenas Ancestrales o Criminal Minds; suspirando por personajes de novelas, resucitando a Kalimán. Y en el supuesto de que sí, de que haya sido una decisión divina, ¿qué? A ver, ¿qué? (En este punto Yalo no pudo evitar imaginarse la cara de Tony DiNozzo deciéndole a Ziva: ¿Qué?)
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Posdata de Yalo.
La postura de Dios, tan de su nivel, tan como tiene que ser, me recordó una historia que me contó doña Carmenchu Brusiloff de algo que le pasó siendo redactora y editora en LD en el año... (no recuerdo, principios de los 90, creo).
Fotos originales. |
Imagínense todo lo que pasó por la mente de doña Carmenchu, cómo se preocupó, la pobre.
Entonces va donde el jefe, don Rafael Herrera (1912-1994), le explica lo sucedido y le pregunta si sabe algo...
Él le dice que sí, que fue él quien ordenó que la sacaran.
Ella le pregunta, pidiendo, humildemente, una explicación (leer alargando la frase):
– ¿Y por quééé, pasó algo?
Y él respondió:
– No, no pasó nada. Aquí la tienes, ponla para mañana. Fue sólo para que te acuerdes que yo soy el director.
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