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Cuesta mucho elegir una favorita entre las muchas playas lindas que tiene el país. Una no se decide nunca. Un día el corazón dice que Rincón, en Samaná; otro, que Bahía de las Aguilas, con todo y su abrasante sol. La elección depende mucho del mes, el hambre, la época y hasta de las hormonas.
Estos meses la elegida es playa Diamante, en Cabrera, al norte de la provincia María Trinidad Sánchez.
Es perfecta para todo el mundo, especialmente para los chiquitos, tan perfecta para ellos que los más grandes podrían hartarse de caminar y caminar playa adentro y que el agua apenas les roce los tobillos. Pero una vez se avanza, comienzan varios niveles de honduras para que una decida el que mejor le convenga.
La playa, una ensenada hermosa, no se ve desde la carretera que une Nagua y Cabrera con Río San Juan; hay que adentrarse unos metros (a la derecha si viajamos de sur a norte) para que aparezca como un regalo ante nuestros ojos.
Los árboles de los extremos ofrecen mucha sombra y las piedras y raíces dejan colar las aguas de un río subterráneo que parece desparramarse por toda la playa, a juzgar por los minúsculos borbotones que brotan y hieren la arena.
Las olas llegan a la orilla de forma imperceptible, pero si una se queda mirándolas, nota que la marea las arrastra tierra adentro suavemente, como un lento, tierno y delicado beso…
1 comentario:
Eso es cool!
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