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28/3/08
Faltan tres días...
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25/3/08
¡Ay, ay, ay…! Mi papá es un c…
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PD: El ¡Ay, ay, ay…! debe cantarse dos veces como en aquella canción de Menudo:
Ay, ay, ay,
ay, ay, ay,
creo que me voy a enamoriscar!
12/3/08
En la ciudad, nadie se mata por comer jina
Virgi (23 añitos) asegura que ha visto muchas veces este árbol en muchos lados y que, la verdad, no le parecía nada extraordinario, sólo una mata más.
Lo que a Virgi nunca le pasó por la mente –y es raro, porque le fascina montear- es que esa masita blanco con rojo que explota de sus vainas es un delicioso manjar para los chicos del campo. Qué vida nos dábamos maroteando y tirándole palos a las matas de jina. ¿O es gina? Digo maroteando porque es imposible subirse a cogerlas (tienen espinas). A veces esperábamos que cayeran vainas enteras para sacarles las semillas negras y aprovechar mejor la masa.
Eso es en el campo. Aquí en la ciudad, en cambio, las matas de jina (Pithecellobium dulce) se llenan de hermosas vainas y nadie repara en ellas, nadie se detiene a recogerlas o a tumbarlas. Salvo Virgi, que para ver si era verdad no dudó en encaramarse en esta verja, “jalar” una rama de esta mata y “apiar” una "baqueta". Pero no le gustó su sabor y la tiró.
Debe ser que no es lo mismo una jina del campo que una de la ciudad. Debe ser que no saben igual, porque las que yo comía eran dulces, sabrosas. Debe ser por eso que casi nadie se mata por cogerlas aquí. ¡Pobres chicos citadinos!
Lo que a Virgi nunca le pasó por la mente –y es raro, porque le fascina montear- es que esa masita blanco con rojo que explota de sus vainas es un delicioso manjar para los chicos del campo. Qué vida nos dábamos maroteando y tirándole palos a las matas de jina. ¿O es gina? Digo maroteando porque es imposible subirse a cogerlas (tienen espinas). A veces esperábamos que cayeran vainas enteras para sacarles las semillas negras y aprovechar mejor la masa.
Eso es en el campo. Aquí en la ciudad, en cambio, las matas de jina (Pithecellobium dulce) se llenan de hermosas vainas y nadie repara en ellas, nadie se detiene a recogerlas o a tumbarlas. Salvo Virgi, que para ver si era verdad no dudó en encaramarse en esta verja, “jalar” una rama de esta mata y “apiar” una "baqueta". Pero no le gustó su sabor y la tiró.
Debe ser que no es lo mismo una jina del campo que una de la ciudad. Debe ser que no saben igual, porque las que yo comía eran dulces, sabrosas. Debe ser por eso que casi nadie se mata por cogerlas aquí. ¡Pobres chicos citadinos!
10/3/08
Fue entonces cuando el sol se partió en dos…
Para recuperar el esplendor del que gozaba hace más de cien años, cuando sus puertos eran los más importantes del país y el dromedario dormido uno de los monumentos naturales más visitados, la provincia deseó que algo sobrenatural pasara.
Querían superar los años que siguieron a la llegada del patricio por Manzanillo y a las luchas por la Restauración, cuando después de tanta gloria el norte dejó de ser fructífero y las inversiones se trasladaron a la capital; cuando, para justificar la huida, se dijo que el noroeste ya no era más que cambrones, guazábaras y chivos con sabor a orégano.
Montecristi le pidió –a alguien allá arriba- que le devolviera parte de aquella riqueza histórica y natural que hacía sentirse orgullosos a los “linieros”: algo más ecológico que su flamante reloj centenario, algo más atractivo que su enorme salina, menos agotador que subir las escaleras de madera que llevan al Morro, más encantador que las arenas amarillas de sus playas y sus mangles gigantes y más duradero que la villa de Doña Elisa. Algo tan sublime que valiera la pena recorrer más de 300 kilómetros para verlo, y tan sobrenatural que sólo la naturaleza dispusiera de su belleza.
Y fue entonces cuando el sol se partió en dos…
Y así se deja ver en los meses de invierno cada vez que, pasadas las cinco de la tarde, una delgada nube se cruza en su camino y sus rayos se dispersan llenando la bahía de hermosos tonos naranja y rosa, trayendo de vuelta aquel esplendor que una vez hizo única y especial aquella línea del Atlántico…
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P.D.: A veces, incluso, se parte en tres…
4/3/08
En el mercado
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- Cada montoncito de ajíes, ¿cuánto vale?
- Diez pesos.
- Ah, ¿y tienen muchas semillas?
- Nooo, no tienen nada de semillas. Nada.
- Anda, qué pena, porque sólo quiero las semillas. Pa' un remedio.
- ¡Siiiííí! ¡Tienen muchísimas! ¡Muchísimas semillas! ¡Mira!
Y comienza a cortar los ajíes. Sus papás, hermanos o demás familiares ni se enteran. Hablan de "cosas" de espaldas a nosotros.
- ¡Nooo! – le digo yo. –No los cortes. Te pelearán tus papás si al final no los compro.
Pero, efectivamente, y comparados con su diminuto tamaño, los ajíes eran más semillas que fina masa. Estaban llenos de semillitas blancas.
- Ahhh, sabichón, me dijiste que no tenían nada de semillas.
Sonríe, y medio avergonzado me dice:
- Eh... lo que pasa es que a la gente no les gustan con semillas.
Y entonces recordé aquel cuento que una vez me hizo Yolan –que a su vez le hizo su amigo Víctor Piña- sobre un hombre acusado de robar un abanico que, una vez ante el juzgado, al ser interrogado por el juez sobre si realmente cometió el hurto éste le responde que no, que cómo va a ser, a lo que la víctima del robo le responde:
- ¡Ah, usted juez que tá pendejo!, porque él le va decir que se robó el abanico, ¿verdad?
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