Al principio –hablo de años atrás- le tenía envidia a su pelo largo y ensortijado que con gracia y galantería sabe tan bien llevar. Y como siempre ocurre, un viaje resulta el “acontecimiento” ideal para dejar atrás los prejuicios y conocer no al artista, ni al gran bailador de gagá y palos que es, sino al ser humano, al gran defensor de la cultura nuestra. Pero la cultura de verdad, la que incluye a Africa, a Haití, la que incluye ritmos, color y costumbres hermosísimos y originales que por mierderías racistas nos obligamos a rechazar. Salve, Roldán.
En la imagen: frente a “Sancocho”, mural de Federico Velásquez en Tenares, provincia Hermanas Mirabal. Foto: Harold Peña, guía de La Ruta de los Murales
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23/11/07
19/11/07
Doña Ana y el secreto de Balaguer
Tiene 71 años y es la portadora de uno de los secretos mejor guardados de la historia dominicana: qué comía el extinto líder y ex presidente Joaquín Balaguer. ¿Lograríamos que lo contara?
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Yaniris López
Lecturas de Domingo/LD
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Todos los caminos de la ciudad de San Juan de la Maguana conducen al “Comedor Ana”, en la calle Anacaona, una cuadra detrás de la Catedral. Allí, una mujer menuda de 71 años, color azabache, impecablemente arreglada y presta a conversar y a sonreír recibe a los comensales que se acercan a probar un sazón natural y exclusivo que sólo ella sabe preparar. Sus especialidades son la guinea criolla guisada, el filete a caballo o miñón (Mignon) y dejar en vilo a los curiosos que le hacen preguntas sobre un tema que ella se empecina en mantener en secreto.
Cuando le preguntan cómo se adueñó del corazón y el estómago de los sanjuaneros, Ana Encarnación suelta un largo “ufff” y dice que hace unos treinta años, cuando llegó desde Elías Piña después de un “diguto con el pai de los hijos”. Y con un marcado acento sureño aclara que antes de convertirse en cocinera de profesión trabajó en la casa de Vinicio Sánchez, papá de la cantante lírica Marianela Sánchez, en San Juan.
Discreta, como las buenas amas de casa de antaño, se niega a decir qué pasó con su esposo en Elías Piña. Sólo asegura que vendió todo y se fue a vivir con sus trece hijos a San Juan, que “sacando sus chelitos” mientras trabajaba para Vinicio “asentó” a sus hijos y nunca puso a trabajar a las hembras, sino que las envió a la escuela, y que ellas y ellos hoy son su orgullo. Trabajan, hay una profesora, un periodista, un teniente ¿o sargento?, algunas se casaron, viven en Suiza, otros en la capital, otros en San Juan.
El discurso puede variar, porque en ocasiones doña Ana confunde la cantidad y el sexo de los hijos. Tres de ellos ya murieron, pero de los diez que le quedan habla con pasión, muy complacida. Con sus ahorros compró un solar, hizo una casa y comenzó el negocio de la comida en el mismo lugar donde se encuentra y por el que pagaba 75 cheles mensuales de alquiler.
“Ahora, desde que la dueña murió, pago mil 600, pero si se les ofrece vender me toca a mí, yo se la compro”, dice contenta refiriéndose a las dos salas unidas por una hilera de madera convertidas en comedor.
La memoria de doña Ana parece incorruptible. Recuerda con exactitud qué sirve en ocasiones especiales y a quién le sirve. “Como a los 15 días vino Freddy Beras Goico con 16 personas. Les preparé filete de pollo, guinea guisada, pollo criollo guisado, moro de guandules, arroz blanco con habichuela, fritos verdes, de todo, ensalada mixta. Eso fue un escándalo, eso fue er diache”.
Todo al natural, sólo con sazones criollos, nada artificial ni aceite malo. Mientras nos enseñaba los fogones y se dejaba fotografiar, fueron saliendo algunas preguntas sueltas, indiscretas.
– Así que aquí era donde usted le preparaba la comida al Presidente. Y díganos, ¿le gustaba el arroz?
– Sí, claro. Un poco solamente, pero había que echárselo en una taza, un poco nada más.
– ¿Y es verdad que no le gustaban las habichuelas?
– ¿Quién dijo? Sí le gustaba, sí le gustaba.
Qué va. Se dio cuenta del juego. Nos mira y se ríe como si tal cosa. Fue lo único que le pudimos sacar.
Y a ella, ¿qué le gusta? Doña Ana transmite sus experiencias culinarias a las chicas de San Juan. Come cualquier cosa, pero su plato favorito es el huevo criollo con plátano y un poco de aceite del bueno. “No cocino con aceite malo”, dice. Ha visitado la capital, pero si le dan a elegir prefiere una visita a Higüey, donde la virgen de la Altagracia.
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Yaniris López
Lecturas de Domingo/LD
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Todos los caminos de la ciudad de San Juan de la Maguana conducen al “Comedor Ana”, en la calle Anacaona, una cuadra detrás de la Catedral. Allí, una mujer menuda de 71 años, color azabache, impecablemente arreglada y presta a conversar y a sonreír recibe a los comensales que se acercan a probar un sazón natural y exclusivo que sólo ella sabe preparar. Sus especialidades son la guinea criolla guisada, el filete a caballo o miñón (Mignon) y dejar en vilo a los curiosos que le hacen preguntas sobre un tema que ella se empecina en mantener en secreto.
Cuando le preguntan cómo se adueñó del corazón y el estómago de los sanjuaneros, Ana Encarnación suelta un largo “ufff” y dice que hace unos treinta años, cuando llegó desde Elías Piña después de un “diguto con el pai de los hijos”. Y con un marcado acento sureño aclara que antes de convertirse en cocinera de profesión trabajó en la casa de Vinicio Sánchez, papá de la cantante lírica Marianela Sánchez, en San Juan.
Discreta, como las buenas amas de casa de antaño, se niega a decir qué pasó con su esposo en Elías Piña. Sólo asegura que vendió todo y se fue a vivir con sus trece hijos a San Juan, que “sacando sus chelitos” mientras trabajaba para Vinicio “asentó” a sus hijos y nunca puso a trabajar a las hembras, sino que las envió a la escuela, y que ellas y ellos hoy son su orgullo. Trabajan, hay una profesora, un periodista, un teniente ¿o sargento?, algunas se casaron, viven en Suiza, otros en la capital, otros en San Juan.
El discurso puede variar, porque en ocasiones doña Ana confunde la cantidad y el sexo de los hijos. Tres de ellos ya murieron, pero de los diez que le quedan habla con pasión, muy complacida. Con sus ahorros compró un solar, hizo una casa y comenzó el negocio de la comida en el mismo lugar donde se encuentra y por el que pagaba 75 cheles mensuales de alquiler.
“Ahora, desde que la dueña murió, pago mil 600, pero si se les ofrece vender me toca a mí, yo se la compro”, dice contenta refiriéndose a las dos salas unidas por una hilera de madera convertidas en comedor.
Una hormiguita y ¿qué comía Balaguer?
Doña Ana trabaja 18 horas al día. Cocina todo el tiempo con la ayuda de dos de sus hijas y otra muchacha de la ciudad. Y hasta le parece poco. “Antes trabajaba desde las seis de la mañana hasta la una de la madrugada, ahora nos estamos yendo más temprano, a las once”.
Comprobamos que no mentía porque al ver nuestra cara de sorpresa se apresuró a responder: “Porque siempre viene mucha gente de noche buscando, ‘regendiendo’ atrás de mí”.
La sencillez del lugar, todo en madera, muy modesto, contrasta con la calidad y los precios de la comida que allí se ofrece. Las primeras tres mesas, que señala como si las hubiese adquirido ayer, se las compró a las monjas y el resto las mandó a hacer. Igual de viejos pero aún funcionales son los fogones o tanques -así les llama- donde le preparaba la comida al ex presidente de la República, Joaquín Balaguer, cuando éste visitaba la región y se hospedaba en la casa que tenía en el municipio de Juan de Herrera, próximo a la ciudad. ¿A Balaguer? Pues sí.
Pero si esperábamos que Ana nos contara algo sobre los enigmáticos hábitos culinarios del extinto líder político nos equivocábamos. A menos, claro, que Xiomara Domínguez, periodista y directora provincial de Cultura de San Juan de la Maguana y una servidora, que el día de la entrevista almorzábamos en el lugar, empleáramos a fondo nuestras dotes como entrevistadoras o, mejor dicho, nuestros posibles encantos de personas simpáticas y muy dulces.
¿Es cierto que comía corazón de tortuga para vivir más? ¿Es cierto que odiaba las habichuelas? ¿Tomaba licor? ¿Qué le gustaba?
“Todo el mundo ha venido por aquí y no, no se lo digo. Es un secreto, no se lo digo a nadie, como dice el anuncio. Ni siquiera a su hermana, que después que él murió vino, no le dije”, dice sonriendo doña Ana. Y como si se burlara de nosotras sigue: “Le preparaba la comida en estos tanques. El chofer me decía dizque Ana, déme la comida pa’ llevarla y yo le decía no, usted no me va a llevar esa comida, no, vamos los dos”.
– Eso quiere decir que Balaguer confiaba mucho en usted -le dijimos.
– Claro –responde.
Ante la insistencia repite que no, que es un secreto y que los secretos no se dicen. Pero siguió torturándonos como si nada: “Un día que Balaguer estaba en El Cercado el chofer quería que le diera la comida para llevarla y yo le dije párese ahí, esto es una cosa de mucha responsabilidad, o yo o usted puede caer preso. Yo la voy a llevar, usted me lleva y yo le llevo la comida. Cogí una bandeja grande y preparé bien esa comida, le dije vámonos, pero no dejé que se me pegara, por si acaso. Porque es un peligro, ¿verdad? Lo podían envenenar”.
Doña Ana trabaja 18 horas al día. Cocina todo el tiempo con la ayuda de dos de sus hijas y otra muchacha de la ciudad. Y hasta le parece poco. “Antes trabajaba desde las seis de la mañana hasta la una de la madrugada, ahora nos estamos yendo más temprano, a las once”.
Comprobamos que no mentía porque al ver nuestra cara de sorpresa se apresuró a responder: “Porque siempre viene mucha gente de noche buscando, ‘regendiendo’ atrás de mí”.
La sencillez del lugar, todo en madera, muy modesto, contrasta con la calidad y los precios de la comida que allí se ofrece. Las primeras tres mesas, que señala como si las hubiese adquirido ayer, se las compró a las monjas y el resto las mandó a hacer. Igual de viejos pero aún funcionales son los fogones o tanques -así les llama- donde le preparaba la comida al ex presidente de la República, Joaquín Balaguer, cuando éste visitaba la región y se hospedaba en la casa que tenía en el municipio de Juan de Herrera, próximo a la ciudad. ¿A Balaguer? Pues sí.
Pero si esperábamos que Ana nos contara algo sobre los enigmáticos hábitos culinarios del extinto líder político nos equivocábamos. A menos, claro, que Xiomara Domínguez, periodista y directora provincial de Cultura de San Juan de la Maguana y una servidora, que el día de la entrevista almorzábamos en el lugar, empleáramos a fondo nuestras dotes como entrevistadoras o, mejor dicho, nuestros posibles encantos de personas simpáticas y muy dulces.
¿Es cierto que comía corazón de tortuga para vivir más? ¿Es cierto que odiaba las habichuelas? ¿Tomaba licor? ¿Qué le gustaba?
“Todo el mundo ha venido por aquí y no, no se lo digo. Es un secreto, no se lo digo a nadie, como dice el anuncio. Ni siquiera a su hermana, que después que él murió vino, no le dije”, dice sonriendo doña Ana. Y como si se burlara de nosotras sigue: “Le preparaba la comida en estos tanques. El chofer me decía dizque Ana, déme la comida pa’ llevarla y yo le decía no, usted no me va a llevar esa comida, no, vamos los dos”.
– Eso quiere decir que Balaguer confiaba mucho en usted -le dijimos.
– Claro –responde.
Ante la insistencia repite que no, que es un secreto y que los secretos no se dicen. Pero siguió torturándonos como si nada: “Un día que Balaguer estaba en El Cercado el chofer quería que le diera la comida para llevarla y yo le dije párese ahí, esto es una cosa de mucha responsabilidad, o yo o usted puede caer preso. Yo la voy a llevar, usted me lleva y yo le llevo la comida. Cogí una bandeja grande y preparé bien esa comida, le dije vámonos, pero no dejé que se me pegara, por si acaso. Porque es un peligro, ¿verdad? Lo podían envenenar”.
La memoria de doña Ana parece incorruptible. Recuerda con exactitud qué sirve en ocasiones especiales y a quién le sirve. “Como a los 15 días vino Freddy Beras Goico con 16 personas. Les preparé filete de pollo, guinea guisada, pollo criollo guisado, moro de guandules, arroz blanco con habichuela, fritos verdes, de todo, ensalada mixta. Eso fue un escándalo, eso fue er diache”.
Todo al natural, sólo con sazones criollos, nada artificial ni aceite malo. Mientras nos enseñaba los fogones y se dejaba fotografiar, fueron saliendo algunas preguntas sueltas, indiscretas.
– Así que aquí era donde usted le preparaba la comida al Presidente. Y díganos, ¿le gustaba el arroz?
– Sí, claro. Un poco solamente, pero había que echárselo en una taza, un poco nada más.
– ¿Y es verdad que no le gustaban las habichuelas?
– ¿Quién dijo? Sí le gustaba, sí le gustaba.
Qué va. Se dio cuenta del juego. Nos mira y se ríe como si tal cosa. Fue lo único que le pudimos sacar.
Y a ella, ¿qué le gusta? Doña Ana transmite sus experiencias culinarias a las chicas de San Juan. Come cualquier cosa, pero su plato favorito es el huevo criollo con plátano y un poco de aceite del bueno. “No cocino con aceite malo”, dice. Ha visitado la capital, pero si le dan a elegir prefiere una visita a Higüey, donde la virgen de la Altagracia.
2/11/07
(...)
Y el sol salió de entre las montañas y bañó con sus rayos 76 mil kilómetros cuadrados de tierra húmeda ahora convertida en lodazal. Y aún con las piernas metidas hasta las rodillas en el agua negra que atravesó su patio, su casa, su alma, los ojos miran al cielo y se preguntan si es cierto que alguien los mira desde lo alto, de entre esas nubes blancas que esperan un bostezo del creador para retorcerse y enviar abajo, a una islita miserable, pobre, ignorada, los residuos de su inanición, todo por culpa de un pecado que él permitió y cuyas consecuencias despliega a cuentagotas, salteadas, por el mundo. ¿Dónde estabas? ¿De paseo? ¿Dormido? ¿En Wall Street? ¿Bajo qué criterios me castigas, si quienes pecaron están contigo ya? Es viernes 2. Los muertos no celebran nada. Es su día pero no lo saben. ¿O es que acaso les tenías una fiesta especial en el firmamento? ¿Cómo harás para borrar los cinco días de angustias, de impotencia, de lágrimas, de desconsuelo, que vivimos los que nos quedamos aquí?
Foto: Juan Santos/Listín Diario
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