De las autoridades dominicanas decidirse a construir un nuevo teleférico en el país (el único funciona en Puerto Plata), a los usuarios del blog les gustaría que fuera uno que los llevara hasta la cima del pico Duarte, a 3,087 metros sobre el nivel del mar. Luego, y según los resultados de la última encuesta, hubieran preferido que fuera en el Hoyo de Pelempito, en Pedernales. Y en tercer lugar (17% de los votos) que lo construyeran en Constanza (La Vega). Empatados en cuarto y quinto lugar: Rincón (Samaná) y Jarabacoa (La Vega).
Lo malo de que hagan un teleférico en la cordillera Central que lleve al pico Duarte es que, paradojas de la vida, la verdadera gracia de visitar el pico Duarte la tiene el trayecto, el viaje, no la llegada...
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21/9/13
Guardiana de las frutas en extinción
Doña Rita ha dedicado más de 40 años al cultivo de frutas amenazadas de extinción, un trabajo de enorme valor para la ciencia y la agricultura.
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Yaniris López
yaniris.lopez@listindiario.com
Najayo Arriba, San Cristóbal
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Doña Rita Montás Domínguez proviene de una familia que siembra y disfruta sembrar. Su padre, Luis Eduardo Montás, el primer dentista de San Cristóbal, tenía una manera muy peculiar de inculcar en los niños el interés por la agricultura. Con el patio lleno de muchachos decía: «Hmmm, un dulce de maní, ¿alguien quiere dulce de maní?”.
Cuando todos al unísono respondían que sí, les contestaba: “Ah, pues arriba, porque hay que sembrar la mata primero». Y, efectivamente, los motivaba a cultivarla.
Rita también pasó su niñez sembrando flores y desyerbando en los jardines de las casas de sus tías en una época en la que los jardines eran muy famosos en San Cristóbal, provincia donde nació hace 71 años.
El caso es que para nadie en la familia ha sido una sorpresa el hecho de que doña Rita convirtiera un antiguo y desolado campo de caña en una finca de casi 300 tareas donde crecen cientos de especies de frutas, vegetales, flores y árboles de todo tipo.
¿Cómo consiguió tanta tierra?
Detrás de la casita de campo que la familia Montás conservaba en la comunidad Lucía de Camba pasa un arroyo (Niza) que en sus años mozos Rita cebaba con dajaos, tilapias, jaibas y camarones que cargaba en latas de aceite desde la presa de Valdesia. Como la gente depredaba y contaminaba el río, para conservarlo Rita decidió comprar los pedacitos de tierra que lo rodeaban. Así creció la estancia, y allí vive con sus dos hijos.
Un trabajo modelo
Doña Rita le mostró su patio a LISTÍN DIARIO animada por un escrito de la folclorista Xiomarita Pérez que, en su columna “Folcloreando”, alertaba sobre la desaparición de muchas especies frutales y motivaba al público a cultivarlas.
¿Cómo imaginar que desde hace más de 40 años doña Rita se dedica precisamente a rescatar especies frutales endémicas y nativas del país y a sembrar todas aquellas que le regalan o que sabanea dentro y fuera de República Dominicana? Dado que este es el tipo de trabajo voluntario que siempre le había hecho ilusión, doña Rita inició su colección sin imaginar el futuro valor que ahora tiene su patio para la ciencia y la agricultura. ¿Qué o quién le inspiró lo suficiente para tomarse en serio un proyecto personal tan extraordinario?
Rafael Leonidas Trujillo, responde doña Rita, el dictador.
«Trujillo tenía frutas que uno no tenía pero no las compartía, eran sólo de él. Yo decía que quería tener algunas de esas plantas porque, como ya llevaba lo de sembrar prácticamente en la sangre, era como una ilusión. Y mira, así fue».
Las primeras frutas que sembró fueron cajuilitos solimán y ponseré o cereza manzana, una especie de la que se saca un licor muy preciado y que sólo tenía Trujillo. Siguió con naranjas, toronjas, nísperos, zapotes, aguacates, mandarinas y guanábanas. Luego decidió ponerle un interés especial a frutas que, como el jicaco, el anón o el caimoní, estuvieran en peligro de extinción.
No hay espacio para tantos nombres pero imagine una fruta, la que quiera, de las más raras, y es probable que doña Rita ya la tenga en algún rincón de su enorme patio: pindó, wanpi, jambolán o ciruela de Java, caimito de perros, jobo, abiu, toronchina, nuez africana...
«Yo misma no tengo idea de todo lo que he sembrado –confiesa–. Allí me salió una mata que es pura uva de playa pero es una ciruela color vino grande. Ni sé dónde encontré la semilla ni nunca había visto la mata, mucho menos la fruta que parió, y que nadie más tiene».
De dos o tres matas de mango banilejos que encontró cuando se mudó a la estancia (antes vivía en la ciudad de San Cristóbal), ahora tiene 14 variedades. Actualmente, en el patio crecen alrededor de 162 especies de frutas provenientes, entre otros países, de República Dominicana, Brasil, Paraguay, China, Argentina, Colombia, Costa Rica, Venezuela, México, Estados Unidos y algunas islas del Caribe.
Agricultora, a mucha honra...
Aunque cuenta con la ayuda de dos trabajadores, doña Rita siembra, limpia y brega todo el tiempo con sus plantas. Las vigila y a veces no duerme esperando los frutos o preocupada porque se le olvidó revisar alguna palma azucarera o echarle agua y abono a un zapotillo. «Mira mis manos –sonríe–: son de obrero».
Es tan grande su pasión por la botánica que lamenta mucho la situación del campo dominicano.
«Los campesinos no quieren trabajar, no quieren estar en el campo. Les avergüenza decir que son agricultores. Sin embargo, yo voy a cambiar mi cédula ahora y le voy a poner que soy agricultora», dice doña Rita, que llegó a iniciar la carrera de Ingeniería Civil en la UASD al terminar el bachillerato.
Otros datitos
La quinta tiene nombre. Se llama Estancia El Higüero porque así, le dijo a Rita la profesora Mencía Renville, se llamaba la estancia que alguna vez tuvo el cacique Enriquillo.
Pasión. Cuando sale, mientras sus acompañantes prefieren ir de compras y pasear, doña Rita se pregunta si no habrá cerca matas o alguna crianza de chivos y ovejos . «A veces le pagaba la gasolina a una persona para que me llevara a cualquier parte donde hubiera dos o tres matas que tuvieran semillas y, perdóname diosito, yo les pedía a los dueños que me las dieran, que me las vendieran, pero si no, buscaba la forma de llevarme dos o tres semillitas».
Orgánicos. Rita no usa fertilizantes en su finca. «La gente que tiene vacas cuando quiere limpiar me llaman y yo voy, recojo en una camioneta o en una carretilla el estiércol de las vacas y caballos y preparo abono con él».
Registro. Doña Rita ha iniciado la catalogación de las frutas de la estancia con los nombres comunes (a nivel local y de otros países) y científicos de los frutos.
Futuro: El sueño de doña Rita es hacer de la estancia un lugar educativo y construir un gran vivero donde el público adquiera plántulas de las frutas y flores que cultiva.
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Yaniris López
yaniris.lopez@listindiario.com
Najayo Arriba, San Cristóbal
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Doña Rita Montás Domínguez proviene de una familia que siembra y disfruta sembrar. Su padre, Luis Eduardo Montás, el primer dentista de San Cristóbal, tenía una manera muy peculiar de inculcar en los niños el interés por la agricultura. Con el patio lleno de muchachos decía: «Hmmm, un dulce de maní, ¿alguien quiere dulce de maní?”.
Cuando todos al unísono respondían que sí, les contestaba: “Ah, pues arriba, porque hay que sembrar la mata primero». Y, efectivamente, los motivaba a cultivarla.
Rita también pasó su niñez sembrando flores y desyerbando en los jardines de las casas de sus tías en una época en la que los jardines eran muy famosos en San Cristóbal, provincia donde nació hace 71 años.
El caso es que para nadie en la familia ha sido una sorpresa el hecho de que doña Rita convirtiera un antiguo y desolado campo de caña en una finca de casi 300 tareas donde crecen cientos de especies de frutas, vegetales, flores y árboles de todo tipo.
¿Cómo consiguió tanta tierra?
Detrás de la casita de campo que la familia Montás conservaba en la comunidad Lucía de Camba pasa un arroyo (Niza) que en sus años mozos Rita cebaba con dajaos, tilapias, jaibas y camarones que cargaba en latas de aceite desde la presa de Valdesia. Como la gente depredaba y contaminaba el río, para conservarlo Rita decidió comprar los pedacitos de tierra que lo rodeaban. Así creció la estancia, y allí vive con sus dos hijos.
Un trabajo modelo
Doña Rita le mostró su patio a LISTÍN DIARIO animada por un escrito de la folclorista Xiomarita Pérez que, en su columna “Folcloreando”, alertaba sobre la desaparición de muchas especies frutales y motivaba al público a cultivarlas.
¿Cómo imaginar que desde hace más de 40 años doña Rita se dedica precisamente a rescatar especies frutales endémicas y nativas del país y a sembrar todas aquellas que le regalan o que sabanea dentro y fuera de República Dominicana? Dado que este es el tipo de trabajo voluntario que siempre le había hecho ilusión, doña Rita inició su colección sin imaginar el futuro valor que ahora tiene su patio para la ciencia y la agricultura. ¿Qué o quién le inspiró lo suficiente para tomarse en serio un proyecto personal tan extraordinario?
Rafael Leonidas Trujillo, responde doña Rita, el dictador.
«Trujillo tenía frutas que uno no tenía pero no las compartía, eran sólo de él. Yo decía que quería tener algunas de esas plantas porque, como ya llevaba lo de sembrar prácticamente en la sangre, era como una ilusión. Y mira, así fue».
Las primeras frutas que sembró fueron cajuilitos solimán y ponseré o cereza manzana, una especie de la que se saca un licor muy preciado y que sólo tenía Trujillo. Siguió con naranjas, toronjas, nísperos, zapotes, aguacates, mandarinas y guanábanas. Luego decidió ponerle un interés especial a frutas que, como el jicaco, el anón o el caimoní, estuvieran en peligro de extinción.
No hay espacio para tantos nombres pero imagine una fruta, la que quiera, de las más raras, y es probable que doña Rita ya la tenga en algún rincón de su enorme patio: pindó, wanpi, jambolán o ciruela de Java, caimito de perros, jobo, abiu, toronchina, nuez africana...
«Yo misma no tengo idea de todo lo que he sembrado –confiesa–. Allí me salió una mata que es pura uva de playa pero es una ciruela color vino grande. Ni sé dónde encontré la semilla ni nunca había visto la mata, mucho menos la fruta que parió, y que nadie más tiene».
De dos o tres matas de mango banilejos que encontró cuando se mudó a la estancia (antes vivía en la ciudad de San Cristóbal), ahora tiene 14 variedades. Actualmente, en el patio crecen alrededor de 162 especies de frutas provenientes, entre otros países, de República Dominicana, Brasil, Paraguay, China, Argentina, Colombia, Costa Rica, Venezuela, México, Estados Unidos y algunas islas del Caribe.
Aunque cuenta con la ayuda de dos trabajadores, doña Rita siembra, limpia y brega todo el tiempo con sus plantas. Las vigila y a veces no duerme esperando los frutos o preocupada porque se le olvidó revisar alguna palma azucarera o echarle agua y abono a un zapotillo. «Mira mis manos –sonríe–: son de obrero».
Es tan grande su pasión por la botánica que lamenta mucho la situación del campo dominicano.
«Los campesinos no quieren trabajar, no quieren estar en el campo. Les avergüenza decir que son agricultores. Sin embargo, yo voy a cambiar mi cédula ahora y le voy a poner que soy agricultora», dice doña Rita, que llegó a iniciar la carrera de Ingeniería Civil en la UASD al terminar el bachillerato.
Otros datitos
La quinta tiene nombre. Se llama Estancia El Higüero porque así, le dijo a Rita la profesora Mencía Renville, se llamaba la estancia que alguna vez tuvo el cacique Enriquillo.
Pasión. Cuando sale, mientras sus acompañantes prefieren ir de compras y pasear, doña Rita se pregunta si no habrá cerca matas o alguna crianza de chivos y ovejos . «A veces le pagaba la gasolina a una persona para que me llevara a cualquier parte donde hubiera dos o tres matas que tuvieran semillas y, perdóname diosito, yo les pedía a los dueños que me las dieran, que me las vendieran, pero si no, buscaba la forma de llevarme dos o tres semillitas».
Orgánicos. Rita no usa fertilizantes en su finca. «La gente que tiene vacas cuando quiere limpiar me llaman y yo voy, recojo en una camioneta o en una carretilla el estiércol de las vacas y caballos y preparo abono con él».
Registro. Doña Rita ha iniciado la catalogación de las frutas de la estancia con los nombres comunes (a nivel local y de otros países) y científicos de los frutos.
Futuro: El sueño de doña Rita es hacer de la estancia un lugar educativo y construir un gran vivero donde el público adquiera plántulas de las frutas y flores que cultiva.
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