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27/5/08

Una boda y "Pico"


En lugar de una iglesia, la montaña; en lugar de un techo de cemento, la bóveda azul del cielo; en vez de un coche esperando, una burra con latas en su cola y, en vez de cortinas de tela, el paisaje que corona el punto más alto del Caribe. Así son las bodas de altura

Yaniris López

Los astros se alinearon y convencieron al Altísimo para que las vidas de Catherine Kelner y Carlos Abreu chocaran y se enredaran. Él, amante de los deportes extremos; ella, con alma aventurera. La mamá de ella y la tía de él figuran entre las primeras mujeres que subieron el pico más alto de las Antillas, en los 70. Catherine, dicen sus padres, fue concebida en el pico Duarte; Carlos ha alcanzado su cima en 28 ocasiones. Allí se conocieron en 1994. Era la primera vez de ella y la veinte y tantas de él. El encuentro pasó sin pena ni gloria. Seis años más tarde se encontraron de nuevo, subiendo la Loma del Arrepentimiento, camino al pico Duarte. Esa vez la ley de la atracción hizo su trabajo.

Así que no es de extrañar que años más tarde, siendo novios, ambos decidieran celebrar su boda civil allá arriba, donde todo comenzó. El grito inicial de “¡muchacha, te estás volviendo loca!” no espantó a nadie. Al contrario, ilusionó a los invitados. La llamaron “Una boda y pico”, los bultos del viaje fueron los souvenirs, “uniformaron” a los guías y prepararon un menú especial en el que no faltarían el sancocho y los puercos en puya.

Los torrenciales aguaceros caídos en el país, sin embargo, amenazaban con arruinar el enlace.

“Después de meses de lluvia, seguía cayendo agua en el Cibao. Nos fuimos lloviendo y ya teníamos un plan B en caso de que no se diera la boda”, nos cuentan entre risas. Se ríen porque esos días, 17, 18, 19 y 20 de noviembre de 2005, no cayó una gota de lluvia. “El agua paró, salió el sol y no hubo nubes en el cielo hasta el día después que bajamos, que siguieron las lluvias”, recuerdan.

Algunos en mulos, cinco en helicópteros y el resto a pie, los invitados llegaron a una boda que tuvo lugar 3,087 metros sobre el nivel del mar. Porque la boda de Catherine y Carlos fue planificada como una gran excursión en la que participaron 47 personas y los guías de La Ciénaga de Manabao, en Jarabacoa. Llegar al valle de Lilís, en la falta del Pico, y ver cómo se cambiaban la ropa por prendas blancas, se maquillaban las mujeres y afeitaban los hombres, fue uno de los momentos más emocionantes para los novios.

Todos fueron cómplices, incluyendo el sacerdote que subió con ellos y dos semanas después los casaba por la iglesia en Santiago. Muchos detalles, además, surgieron de la manera más espontánea: el bouquet de florecillas silvestres que preparó la tía Ana en lo que llegaba “el de verdad”, que venía en el helicóptero; la marcha nupcial que improvisó Johan con la armónica de Carlos, porque la violinista en agenda no pudo asistir; los pétalos de rosas, el arroz, las burbujas y los cheles que sirvieron de arras.

“Lo planeamos todo pero nunca pensamos que se daría de esa forma. La jueza manejó todo con tanta delicadeza que no pareció una simple boda civil. El Padre nos bendijo y muchos renovaron sus votos. Después la gente comenzó a llorar, yo no me aguanté, Carlos tampoco, y ya sabes, al rato todos llorando”.

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Publicado en Listín Diario
Agosto 5, 2007

3 comentarios:

Argénida Romero dijo...

Esta si que es una boda fuera de lo común. Felicidades a los intrepidos novios.

Rod dijo...

Emocionante historia de amor, como suelen ser las originales.

Mis felicitaciones a los tortolitos..

Timoteo Estévez dijo...

eso se llama amor...