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19/4/19

Llenemos la ciudad de robles amarillos (2)

A Irene Rodríguez (@Airín1978)



En serio, de verdad.
Así se veían ayer los que crecen en el parque Cristo Libre de La Agustina, entre la avenida del Zoológico y la Tiradentes.
Si llenamos la ciudad de robles amarillos (Tabebuia aurea), haríamos un festival en su honor y le dedicaríamos pinturas, versos y canciones.
Cuando México hable de sus jacarandas, Venezuela y Panamá de sus guayacanes (Handroanthus chrysabthus), Honduras de su lindo cortés y Argentina de sus lapachos rosados, nosotros les mostraremos una foto del roble amarillo.
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P.D.: Seguimos amando los flamboyanes de todos los colores, que conste, pero todavía no hemos visto gusanos en los robles amarillos. Y el color, ese color radiante...








27/2/14

¿Y si llenamos la ciudad de robles amarillos?

Es un amarillo tan lindo que la ciudad se vería hermosa si su color engalanara muchos de sus parques, plazas, isletas y aceras.
El roble amarillo (Tabebuia aurea) es una especie introducida, ornamental, idónea para ser plantada en la ciudad: no crece tanto (alcanza entre 6 y 8 metros de altura, así que no interfiere con el cableado urbano), sus raíces no dañan las aceras y sus hojas, pequeñas y alargadas, no obstruyen el alcantarillado. 
Si llenamos con ella la ciudad, con el tiempo celebraríamos el Festival del Roble Amarillo. Para la primavera, cuando florecen, los citadinos caminaríamos bajo su follaje y les tomaríamos fotos embobados. En las provincias organizarían giras para verlos. Sus flores aparecerían en los folletos turísticos como un atractivo a tomar en cuenta y no habría un dominicano que no supiera, al dedillo, todos los detalles de su taxonomía.
Cuando los japoneses se refieran, orgullosos, a sus cerezos en flor, nosotros sonreiríamos disimuladamente y pensaremos en nuestras hileras y poblaciones de robles amarillos que recuerdan, con su fuste irregular, una alocada colmena de diminutos y radiantes soles.