Al celebrarse hoy el Día de la Virgen de la Altagracia, recuerdo de una forma divertida a esta señora-peregrina-devota-mendiga-pedigüeña que, en 2010, mientras vagaba por las galerías de cemento del jardín de la Basílica, en Higüey, no se dejaba fotografiar por nada del mundo.
Cargaba una funda negra que colocaba en el piso y sobre ella se sentaba. Al principio, al verla recostada a una de las columnas, con el emblemático edificio al fondo, pensé que “daba” una hermosa fotografía: una imagen de contrastes en la que el cemento, la luz, la piel de la doña y los colores del monumento inspiraran algo más que fe, que religiosidad… Pero apenas cuadraba e intentaba enfocar, la doña se daba cuenta de que la quería pillar y se iba caminando, algo enojada, mirando de reojo a quien la perseguía.
Yo paraba, hacía como que no me importaba y buscaba otros puntos que retratar, pero no la perdía de vista. No me atrevía a acercarme ni a pedirle que posara, así no se valía. Además, para mí que no andaba bien de la cabeza. Cuando la doña volvía a sentarse, la rodeaba e intentaba tomar de nuevo la foto. Y así por largos minutos. Llegó un momento en que no disimuló más y, airada, se quedó sentada pero volteaba la cara o se la tapaba, ignorándome a las claras.
Nunca logré tomarle la foto que tenía en mente. ¿Orgullo? ¿Misantropía? Puede ser. Estaba en todo su derecho. No todos están pensando, métetelo en la cabeza, Yalo, en querer formar parte de tu colección de “monumentos al ego”.
1 comentario:
Disculpame pero no devistes publicar su foto sin el consentimiento se la sr. Es obvio que no queria ser molestada y no es figura publica para que la sigan paparazzis.
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