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14/2/19

¿Bao o Tetero? Dos valles ‘para perderse’ en la cordillera Central

Valle de Bao
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Yaniris López
yaniris.lopez@listindiario.com
Santiago y San Juan
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¿Bao o Tetero? Ambos. Ahora, pese a que comparten cordillera y los separan apenas unos 13 kilómetros en línea recta, son dos valles muy diferentes, como diferentes son los gustos del viajero que debe decidir cuál visitar primero como destino final, es decir, no como parada de paso en la ruta hacia el pico Duarte.
La primera diferencia tiene que ver con el grado de dificultad para alcanzarlos partiendo de las rutas “oficiales” desde una comunidad.
Para llegar al valle de Bao salimos desde Mata Grande, en San José de las Matas, recorremos 32 kilómetros de puras pruebas físicas entre pinares y pequeños bosques nublados y alcanzamos la caseta en el segundo día. Para muchos, es el recorrido que muestra los más espectaculares paisajes del Parque Nacional Armando Bermúdez.

Valle de Bao

Los contratiempos, la media vida que se deja en el Filo de la Navaja, merecen otra escritura. Además, todo se olvida cuando los pies alcanzan la vieja caseta ubicada a 1,800 metros sobre el nivel del mar.
Para llegar al Tetero, al noreste de la provincia San Juan, partimos de La Ciénaga de Manabao (Jarabacoa, La Vega), atravesamos varias casetas de descanso y sudamos la gota gorda hasta llegar al Cruce, el punto donde los caminos se bifurcan: a la derecha hacia el pico y a la izquierda hacia el Tetero.
A partir de aquí el sendero de bajadas y suaves subidas no es tan complicado. En total, 18 kilómetros hasta alcanzar los 1,562 metros sobre el nivel del mar, en el Parque Nacional José del Carmen Ramírez.


PAISAJES. La otra gran diferencia entre los valles más visitados de la cordillera Central dominicana es el color de su fondo: amarillo en el Bao y verde en el Tetero.
Debido a las características del suelo, en el centro del Bao no crecen pinos ni otros árboles, solo pajones, grandes pajones que absorben el agua de los pequeños riachuelos y manantiales que terminan entregándole sus aguas al río Bao.
También por este motivo es poco lo que se puede hacer en medio del valle, porque el suelo es una especie de esponja mojada y fácilmente te “enchumbas” cuando pisas.

El Tetero, en cambio, es pura yerba que crece en suelo firme, con una isla de pinos a un costado de su centro. Lo primero que hacemos muchos al llegar es correr, correr y correr a toda velocidad por su largo “lecho” pegando un grito enorme de felicidad. Y hay quienes prefieren jugar pelota o tenderse a mirar el cielo que aquí tiene un azul brillante diferente al azul del resto del cielo.


PERNOCTAR. Es más acogedor el Tetero porque hace justo dos años, gracias a la gestión de la fundación Desde el Medio y el Ministerio de Medio Ambiente, el centro de visitantes fue remozado y provisto de paneles solares y un sistema de comunicación por radio. La caseta del Bao está a la espera de estas remodelaciones pero igual caben muchas personas y hay lugar en el patio para varias casas de campaña.

DEL BAÑO. El río Bao está cerquita de la caseta, bajando por un sendero cuya pendiente se torna un poco peligrosa cuando llueve. Es de aguas oscuras y algo bravas. En el Tetero, luego de entre cinco y diez minutos de caminata se alcanzan los charcos cristalinos del Yaque del Sur y el balneario La Ballena, rodeado de enormes piedras claras. Las noches son despejadas en ambos lugares, algo sobrecogedoras en el Bao porque este valle está rodeado de altas montañas y es más pequeño que el Tetero.

El Tetero

En fin, una opción de senderismo algo extremo y una estadía más enigmática y solitaria sobre un alto la ofrece el Bao; una opción más parecida a los campamentos de verano, a ras de tierra, el Tetero (que agrega a su paisaje grandes áreas cubiertas de helechos y petroglifos que evidencian el legado cultural dejado allí por los aborígenes de la isla).
Ambos: frío, mucho frío en las noches; largas y acogedoras jornadas frente al crispar de una fogata y la sensación de estar en un universo paralelo donde no existe la palabra “ciudad”.






4/8/12

Casabe con sabores

Natural, de ajo, ajonjolí, albahaca, aceite de oliva, jalapeño picante, maní, almendra con pasas y granola.

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El blanco pan hecho con harina de yuca, herencia culinaria de los taínos, se diversifica. Y de qué manera. Desde hace año y medio, una pequeña empresa familiar en Santiago le brinda al público la oportunidad de probarlo en nueve variedades de sabores: el tradicional, con ajo, ajonjolí, albahaca, aceite de oliva, jalapeño picante, maní, almendras con pasas y granola. Sabores y texturas difíciles de imaginar, sobre todo el de ají jalapeño. O el de almendras.
Esa curiosidad por probarlos atrae cada vez más comensales hasta la modesta enramada de Casabe Gourmet San José, en la autopista Duarte kilómetro 4, a la altura de Sabaneta, en la entrada a Santiago.
La idea es de los esposos Andrés Bisonó y Teresa Fernández. Cuenta don Andrés, quien antes era ferretero, que cuando sus hijos comenzaron la universidad en Santiago se sacrificaba y viajaba todos los días desde el municipio San José de las Matas (Sajoma), de donde son oriundos, viajes que aprovechaba la gente para pedirle que le trajera el famoso casabe de Sajoma.
“Eso eran encargos y encargos, entonces me dije: ¿por qué no traerles la fábrica aquí?”. Así lo hicieron. Comenzaron vendiendo el casabe natural en una mesita. Luego fueron agregando los sabores (por curiosidad) y creciendo en público y espacio.

Artesanal
Cómo mezclan y compactan los ingredientes con la harina de yuca es un secreto que Bisonó prefiere no compartir. Su casabera es, además, la única que ofrece tantas variedades de casabe en el país, dice. “Y eso no es nada. Nos hemos ido frenando. Les pedimos al Señor que nos ayudara y ahora estoy frenando, porque me han llovido las ideas y no las puedo sacar todas”. Lo que sí destaca es que los preparan de manera artesanal y a “mano pelá”, porque la yuca tiene una particularidad, explica Bisonó: “Absorbe los olores a medida que se calienta en la plana (de cemento), si lo hacen con un guante de goma, absorbe su olor y sabe horrible”.
Bisonó admite que no esperaba que la gente se volviera loca con los casabes de sabores, como ha ocurrido. Sin embargo, dice que hasta el momento no piensa exportarlos. “No me voy a poner a inventar. Primero vamos a darlo a conocer al país. Aquí hay suficiente mercado, hay gente en la capital que la mitad es mucha”.
En la casabera trabajan seis empleados, más los hijos de Bisonó, Adolfo y Tomás, que atienden a los clientes. “De eso vivimos, de ahí se les paga la universidad a los muchachos, dos varones y una hembra”.

El favorito de las mujeres
Andrés Bisonó tardó un mes en conseguir el casabe con sabor a almendras, el más caro del menú. “La almendra es sosa y el casabe ni se diga. Lograr sacar un sabor agradable me costó bastantes pruebas, los demás son más fáciles de conseguir”, explica.
Dice que el favorito de las mujeres es el de albahaca. “No se pueden resistir. Lo he catalogado como el casabe de la mujer”.
El último ingrediente del catálogo, el de granola, es ideal para quienes hacen dieta, asegura Bisonó. “Es excelente porque el casabe de por sí tiene fibra, y hay personas que aquí han dado su testimonio de que les funciona”, explica.
Además de casabe, en el negocio venden panecicos y pasteles en hojas.

3/1/11

Panecicos, ricos panes criollos

¿Han probado el panecico? Es un pan hecho a base de yuca muy famoso en muchos pueblos dominicanos. En el Sur le dicen chola, en otros lugares bobote. Estos de las fotos se hornearon en el negocito de Miguel Rodríguez ubicado en La Guajaca, San José de las Matas (Sajoma), en la carretera Santiago-Sajoma, a unos 31 kilómetros de la Ciudad Corazón. Miguel los cocina con anís, chicharrón y caldo de pollo y los envuelve en papel de aluminio. En otros sitios los envuelven en hojas de plátano. Preparada la masa, los panes envueltos se colocan sobre la plataforma de un horno y se les deja cocinar entre una y dos horas. Son ricos y de apariencia transparente. Por la cantidad de gente que se para en la carretera a preguntar por ellos y a comprarlos, parece que son muy demandados. Ah, es que también son muy baratos. Uno entero cuesta 40 pesos.