La semana antepasada, mientras atravesábamos la calle Duarte de la ciudad de Mao (Valverde), Xiomarita se antoja de tomarse una foto junto a una puerta de doble hoja y viejos tragaluces.
Al bajar del vehículo, una lluvia de florecitas de un gigantesco árbol de limoncillos nos recibe, cubriendo nuestras cabezas y hombros. Las aceras y contenes están repletos de ellas, formando, incluso largos metros más allá, una larga alfombra ‘verdeclara’.
Pensábamos que en cualquier momento la lluvia cesaría pero no fue así. Las diminutas florecitas seguían cayendo, cayendo sin parar. Parecían ‘mimitas’. Como la mata estaba en un vivero, entramos para ver las flores.
¡Ay! Los caminitos, las macetas, los rincones, las flores, los utensilios de jardinería… toda la parte frontal del vivero estaba cubierta con las florecitas de limoncillo (Melicoccus bijugatus).
La lluvia era permanente, nunca paró. En serio. Les preguntamos si siempre era así y nos dijeron que sí. Estaba tan llena de flores la mata que nos preguntábamos si miles de ellas se estarían formando/naciendo a medida que otras miles caían. Aquello era mágico. Lo único que se me ocurrió decirles fue que tendrían una tremenda cosecha de limoncillos este año. Y uno de los chicos del vivero nos respondió que la mata es macho, y no pare... ¡Aaaarrrrgggghhh!
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P.D.: Qué desperdicio de flores, pensarán algunos...
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