En un
taller del municipio Montellano, en Puerto Plata, Aramis Ciriaco Green (Bobo) trabajó por
primera vez en República Dominicana, hace 10 años, este elegante fósil
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Yaniris López
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Yaniris López
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El primer dominicano que trabajó con fines artesanales la radiolaria, Aramis
Ciriaco Green (Bobo), era ya un reconocido artesano puertoplateño con más de 40
años de experiencia cuando “descubrió” la piedra en la cuenca alta del río
Camú, en la cordillera Septentrional, a unos 200 metros sobre el nivel del
mar.
Era el currú (maña) de todos los días -dice a
LISTÍN DIARIO- ir con los amigos al río, en la zona de Juan de Nina
(Montellano), a bañarse y a jugar dómino bajo un árbol de limoncillo.
Mientras el resto jugaba en la parte alta, Aramis se iba a la ribera del río a buscar piedrecitas de ámbar y diminutas piezas taínas que los derrumbes arrastraban al afluente.
“Míralo cómo está, buscando diamantes”, solían decir sus amigos, y él los escuchaba abajo. Un día de 2004, su amigo Elías Campos le tiró una piedra grande desde arriba mientas le voceaba: “Aramis, agarra ese diamante”.
Al caer, la piedra rompió en dos, a su vez, otra piedra que reposaba a los pies de Bobo. La pieza rota dejó al descubierto unos extraños dibujos.
“Yo la agarré, la miré, la mojé en el agua y vi que tenía esas caritas, esos ojitos. Dije ‘mira qué interesante, parecen flores’; la eché en la mochila y seguí buscando. No sabía qué hacer con ella. Me la llevé solamente porque me llamó la atención”.
En el taller de la joyería que instaló en los años 80 en Montellano, Bobo cortó la piedra, talló tres cauchones (piezas ovaladas) y en su próximo encuentro se la mostró a un sorprendido Elías. Luego invitó a otros amigos artesanos a trabajar la piedra, pero ninguno tenía idea de que se trataba de radiolario.
Con la ayuda primero de una científica rusa que laboraba para la Universidad Autónoma de Santo Domingo (que erróneamente calificó el fósil como planta marina), y luego con la asesoría de un técnico de la USAID que trabajaba entonces en el país, identificaron el fósil.
Mientras el resto jugaba en la parte alta, Aramis se iba a la ribera del río a buscar piedrecitas de ámbar y diminutas piezas taínas que los derrumbes arrastraban al afluente.
“Míralo cómo está, buscando diamantes”, solían decir sus amigos, y él los escuchaba abajo. Un día de 2004, su amigo Elías Campos le tiró una piedra grande desde arriba mientas le voceaba: “Aramis, agarra ese diamante”.
Al caer, la piedra rompió en dos, a su vez, otra piedra que reposaba a los pies de Bobo. La pieza rota dejó al descubierto unos extraños dibujos.
“Yo la agarré, la miré, la mojé en el agua y vi que tenía esas caritas, esos ojitos. Dije ‘mira qué interesante, parecen flores’; la eché en la mochila y seguí buscando. No sabía qué hacer con ella. Me la llevé solamente porque me llamó la atención”.
En el taller de la joyería que instaló en los años 80 en Montellano, Bobo cortó la piedra, talló tres cauchones (piezas ovaladas) y en su próximo encuentro se la mostró a un sorprendido Elías. Luego invitó a otros amigos artesanos a trabajar la piedra, pero ninguno tenía idea de que se trataba de radiolario.
Con la ayuda primero de una científica rusa que laboraba para la Universidad Autónoma de Santo Domingo (que erróneamente calificó el fósil como planta marina), y luego con la asesoría de un técnico de la USAID que trabajaba entonces en el país, identificaron el fósil.
La piedra radiolaria, aprendió Bobo, es el mineral que resulta de la
petrificación del radiolario: protozoos marinos que la Real Academia Española
de la Lengua (RAE) describe “de la clase de los Rizópodos, con una membrana que
divide el citoplasma en dos zonas concéntricas, de las que la exterior emite
seudópodos finos, largos y unidos entre sí que forman redes”.
Pueden vivir aislados, sigue la RAE, “pero a veces están reunidos en colonias y
en su mayoría tienen un esqueleto formado por finísimas agujas o varillas
silíceas, sueltas o articuladas entre sí”.
Bobo dice que algunos la llaman “flor de amor” pero a él no le gusta “porque es un nombre barato”.
“Me gusta que la llamen radiolaria. Son animales uniceluluares. Están petrificados porque son de agua pero quedaron atrapados en tierra”, explica.
Bobo dice que algunos la llaman “flor de amor” pero a él no le gusta “porque es un nombre barato”.
“Me gusta que la llamen radiolaria. Son animales uniceluluares. Están petrificados porque son de agua pero quedaron atrapados en tierra”, explica.
Una piedra común
La radiolaria tiene una dureza blanda (entre 2 y 3 en la escala de Mosh) y su color lo determina la tierra donde se compacta. Aramis ha trabajado hasta con siete colores diferentes. El crema es el más abundante y el gris el más complicado para tallar, comenta. Y agrega que para identificar la roca sin tallar se necesita de un ojo experto porque casi siempre está cubierta de lama. El artesano ha identificado buenas canteras en el río Camú, en la cuenca del Jamao y en los ríos de Los Haitises.
“Es una piedra común y ojalá que todos los artesanos puedan trabajarla con calidad, porque el ámbar y el larimar están ahora mismo fuera del alcance de los artesanos y esta tiene una tremenda demanda”. Esta demanda comenzó cuando empezaron a promoverla en las ferias artesanales, con precios tan asequibles que muchos quedan sorprendidos de que piezas tan elegantes y bien trabajadas puedan adquirirse a bajo precio.
CORTE Y BRILLO. El arte de tallar la radiolaria radica en el corte y el brillo
que le da el artesano.
“La piedra tiene un frente y un lateral y el artesano debe saber cortarla y brillarla para hacer piezas únicas”, sostiene Ciriaco.
Pocos dominicanos (unos cuatro) la trabajan hoy día, por eso Bobo promueve que sea declarada piedra semipreciosa para aumentar el interés de los artesanos y con él la demanda.
“La piedra tiene un frente y un lateral y el artesano debe saber cortarla y brillarla para hacer piezas únicas”, sostiene Ciriaco.
Pocos dominicanos (unos cuatro) la trabajan hoy día, por eso Bobo promueve que sea declarada piedra semipreciosa para aumentar el interés de los artesanos y con él la demanda.
CALIDAD. En el certificado de autenticidad de la radiolaria dominicana se lee que el fósil “ha sido estudiado por geólogos de la UASD, así como por personas interesadas que han llevado muestras a Europa y EE.UU. para ser comparadas con piezas de la misma especie, determinándose que las locales poseen más dureza y que existe una mayor variedad de colores (8) y diferencias de formas o núcleo (6)”.
PIEZAS. ¿Qué
se puede elaborar con la radiolaria? Aretes, dijes, pulseras, anillos,
portaservilletas.
“Las contra-argollas de las piezas las hacemos
con acero inoxidable o plata”, agrega Bobo.