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Yaniris López
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En el extremo noroeste dominicano, San Fernando de Montecristi recibe con un abrasante sol a los que llegan de lejos a contemplar la imagen que identifica a la ciudad: un largo reloj de cuerdas fabricado en Francia y traído al país en 1895 que nunca ha dejado de marcar las horas. Está ubicado en el centro del parque Duarte, con las patas haciendo de glorieta.
La gente también se acerca a ver las casas centenarias que quedan por ahí, vestigio de tiempos mejores cuando el puerto de la provincia era el más importante del país y la gloria de la lucha por la Independencia y la Guerra de Restauración perseguía a sus valientes ciudadanos.
Si la visita se realiza en tiempos de carnaval o Cuaresma, el sonido de los látigos durante los enfrentamientos entre toros y civiles en las calles sorprende gratamente a los viajeros.
Sin embargo, puede ocurrir que en una visita a Montecristi, a 270 kilómetros de Santo Domingo, algunos de estos atractivos se queden en carpeta.
Es El Morro, la mayor atracción no sólo de la más noroccidental de las provincias dominicanas sino del Parque Nacional de Montecristi, que entre tierra y agua abarca 550 kilómetros cuadrados del litoral norte.
De cerca
Contemplarlo. Eso es lo que hace un visitante normal. Un viajero de verdad no se conforma con la contemplación ni con las fotos. Necesita conquistar ese vientre –o espalda- que no alcanza los 300 metros y que llamó tanto la atención de Cristóbal Colón, el primer europeo en notar su existencia hacia 1503, según su diario de navegación.
Para subir no es necesario abrirse paso entre la maleza. Las autoridades de Medio Ambiente construyeron hace seis años una escalera de madera que lleva hasta la cima y, aunque parece muy inclinada y en algunos tramos las tablas desaparecen, el trayecto es fácil de recorrer.
La primera –y tal vez única– sorpresa es que El Morro no es tan marrón como se ve de lejos, como si se tratara de una montaña pelada. La vegetación, compuesta mayormente de cambrones, aroma y salvia en las laderas, es tupida en la cima, albergando otras especies endémicas de la zona.
Explorar
Arriba no hay mucho que hacer, salvo explorar los alrededores y contemplar el océano. ¡Pero cuánto llena hacer lo que parece tan poquito! Eso y respirar hondo. Atrapar la humedad. Retar el viento. Dejarse llevar. Tomar fotos. Observar las plantas. Tocar un maguey. Vivir. Y luego bajar sintiendo que algo muy grande ocurrió allá arriba. Algo memorable, así no sepamos explicarlo.
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Abril, 2008
4 comentarios:
Hola Yalo,
así es Montecristi un tesoro escondido que te enamora a primera vista retandote a bajar la marcha y solo disfrutar.
Subir al morrito y al morro fueron una de mis mejores experiencias, ver desde arriba el mar pintado a grandes pinceladas con 5 tonos de azul diferente, el zapato en planta, las cruces del morrito y el pueblo a la distancia...UFF.
Sin embargo la escalera para subir al morro grande había desaparecido y solo quedaban unos cuantos escalones para el recuerdo la ultima vez que fui hace un año y no habían planes de re-adecuar el camino, la repararon?
Aqui te adjunto un link de mi percepción del pueblo,
http://emaespinal.blogspot.com/2011/01/amor-primera-vista.html
Saludos!
Aaah, el camello! ¿y esas escaleras sirven todavía?
apreciada yaniris Lopez he leidos muchas de tus publicaciones y en particular me referire a la que obviamente me interesa Montecristi, claro no abundare mas de las grandes bellezas que tu muy bien has mostrados y comentado, en esta oportunidad te escribo para darte las gracias por ayudarnos a mostrar al país y al mundo lo bello que es mi amado pueblo, mas sin embargo tradicionalmente olvidado por todos los gobiernos, al parecer no somos dominicanos, espero que nos sigas ayudando que Dios te bendiga hoy y siempre. en nombre mio y de todos los que amamos a Montecristi, GRACIAS.
Hola Yalo,
Hermoso recorrido, subir a la cima, contemplar el paisaje...ojala y todavia esten los escalones...de bajada las tablas de los 10 mandamientos con sus respectivos panales de avispas...
Saludos,
Avic
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