La cajera de La Sirena me dice:
―Mira, mami, te voy a deber dos pesos.
¿Qué son dos pesos, ah, qué son dos pesos? Claro, cómo no. Qué se le va a hacer. Pero no podía quedarme callada. Eso no. Eso nunca.
―Ya ―le respondo―, ¿y cómo te harás cuando al cuadrar la caja tus superiores vean que te sobraron dos pesos?
―No sobran ―dice ella―. Hago rejuego con los demás clientes, sobre todo si les redondeo algunos centavos al devolverles.
Qué inteligente, pensó la bruta de Yalo. Y hasta simpática, ella. Hubiese preferido que me dé mentas, pero creo que no tenía. Me cayó bien. Por sincera. Me cayó bien hasta que el angelito del lado izquierdo de la cabeza quiso hacer una prueba pero no se atrevió. Cobarde, Yalo.
Pensé entrar de nuevo, comprar otra cosa y, una vez en la caja decirle, con desgarradora voz:
―Anda, cielo. Mira, te voy a deber dos pesos.
Y aquí estoy, sufriendo, imaginando su respuesta…