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10/3/08

Fue entonces cuando el sol se partió en dos…

Para recuperar el esplendor del que gozaba hace más de cien años, cuando sus puertos eran los más importantes del país y el dromedario dormido uno de los monumentos naturales más visitados, la provincia deseó que algo sobrenatural pasara. Querían superar los años que siguieron a la llegada del patricio por Manzanillo y a las luchas por la Restauración, cuando después de tanta gloria el norte dejó de ser fructífero y las inversiones se trasladaron a la capital; cuando, para justificar la huida, se dijo que el noroeste ya no era más que cambrones, guazábaras y chivos con sabor a orégano. Montecristi le pidió –a alguien allá arriba- que le devolviera parte de aquella riqueza histórica y natural que hacía sentirse orgullosos a los “linieros”: algo más ecológico que su flamante reloj centenario, algo más atractivo que su enorme salina, menos agotador que subir las escaleras de madera que llevan al Morro, más encantador que las arenas amarillas de sus playas y sus mangles gigantes y más duradero que la villa de Doña Elisa. Algo tan sublime que valiera la pena recorrer más de 300 kilómetros para verlo, y tan sobrenatural que sólo la naturaleza dispusiera de su belleza. Y fue entonces cuando el sol se partió en dos… Y así se deja ver en los meses de invierno cada vez que, pasadas las cinco de la tarde, una delgada nube se cruza en su camino y sus rayos se dispersan llenando la bahía de hermosos tonos naranja y rosa, trayendo de vuelta aquel esplendor que una vez hizo única y especial aquella línea del Atlántico… ----- P.D.: A veces, incluso, se parte en tres…

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